La tarde del 15 de septiembre de 2013, solicitaron el apoyo de nuestra Unidad de Rescate para salir a las costas de Guerrero, por los daños que los huracanes “Ingrid” y “Manuel” dejaron a su paso.
Trasladarnos por la vía terrestre era imposible, por los deslaves en la Autopista del Sol y se decidió que el traslado fuera en los helicópteros Black Hawk, aunque solo había espacio para cinco pasajeros y la herramienta de rescate.
Fue el inicio de una experiencia que nunca imaginamos.
Al llegar al aeropuerto de Acapulco, un compañero de Seguridad Regional nos esperaba para enseñarnos las zonas afectadas. Durante el vuelo, nos dimos cuenta que la situación era más crítica de lo que imaginamos: zonas totalmente devastadas.
Iniciamos por una comunidad en donde la gente se había quedado aislada por el desbordamiento de los ríos. El agua había arrasado con todo a su paso y era urgente evacuar.
En varios viajes, trasladamos a setenta personas a un campo de futbol; paramos solo porque la lluvia era un riesgo para todos. Al día siguiente, a primera hora, reiniciamos el rescate de los faltantes.
Al caer la noche, ocurrió una tragedia que cambió el destino de toda una comunidad, conocida como “La Pintada”. En cuanto salió el sol, iniciamos camino a la comunidad incomunicada por los deslaves.
Al llegar, no podíamos dar crédito a lo que veíamos: un cerro se había deslavado y sepultó a casi todas las casas.
Cuando nuestro helicóptero descendió, la gente comenzó a rodearnos y a contarnos lo ocurrido, con desesperación, lágrimas en sus ojos y un dolor indescriptible: tenían familiares que estaban todavía debajo del lodo.
Fuimos los primeros en llegar y las necesidades eran muchas: desde agua y comida, hasta el traslado de las personas heridas. Era tal el daño, que nadie sabía decir en ese momento cuántas personas estaban desaparecidas.
Primero trasladamos a niños, personas heridas y mujeres embarazadas. Antes de despegar, una persona, con lágrimas en los ojos, me pidió que no los fuéramos a abandonar; sus palabras me desgarraron el alma y me hicieron pensar en mi propia familia. Con un nudo en la garganta, le prometí que regresaríamos.
Durante los vuelos, los sentimientos eran encontrados: había desconcierto, alivio por salir de la tragedia, incredulidad por lo que había ocurrido, dolor por la pérdida de un ser querido. Había quienes no podían parar de llorar y yo no podía hacer nada para remediarlo; buscando darles consuelo, les decía que todo iba a estar bien y que no estaban solos, porque contaban con nosotros.
Aterrizamos en la Zona Naval de Acapulco, donde nos esperaban con ambulancias para trasladar a los heridos. De inmediato, regresamos a la zona que se encontraba al otro lado del río de “La Pintada”, donde nos esperaba más gente herida.
Al aterrizar, todos querían subir; sentíamos impotencia de no poder trasladar a todos.
Un joven se me acercó llorando porque había perdido a toda su familia: lo único que quería era irse de ahí. Otra mujer me llevó hasta su casa, donde estaba su hija en silla de ruedas, además de presentar síndrome de Down; estaba agotado, pero no podía mostrar debilidad, así que la cargamos y llevamos hasta el helicóptero.
Otro joven me pedía con desesperación que trasladáramos a su esposa con ocho meses de embarazo. Recuerdo también a una señora con su bebé recién nacido; apenas podía sostener, pues su mano estaba fracturada. Le ayudé a cargarlo y sentí un gran alivio de sacarlo de ahí, a diferencia de otros niños que no pudieron salvarse.
Durante dos o tres días trasladamos víveres y evacuamos alrededor de 400 personas.
Me tocó relevo e iba camino al hotel donde nos alojábamos, cuando por la radio escuché una noticia devastadora: había desaparecido un helicóptero de mi institución. Pasaron varios días sin saber de ellos, hasta que se dio a conocer el triste informe de su hallazgo: un accidente que no dejó sobrevivientes.
Estábamos de luto. Además, me invadió un sentimiento de angustia, porque sabía que yo mismo pude estar en ese vuelo, porque conocía y quería a los compañeros que habían fallecido.
Sus cuerpos fueron llevados al Centro de Mando, donde se les rindió un homenaje como lo merecían: como héroes de México.
En “La Pintada”, Guerrero, 71 personas y 5 policías federales perdieron la vida.
Texto del Policía Tercero Gómez Colín, ex integrante de la División de Fuerzas Federales, Dirección de Rescate y Salvamento en Desastres.
Sophia Huett