Un día antes de la celebración del niño y de la niña, a Samantha la llevaron a desayunar a un restaurante de cadena, ubicado en un centro comercial; comió hotcakes y una malteada. Al día siguiente, el 30 de abril, comió pizza, recibió muchos dulces y tuvo distintas actividades que le resultaron muy divertidas.
Lo que sintió y pensó en torno a esta celebración, se lo pudo comentar a su psicólogo luego de su clase de yoga.
Para Citlali, no hubo festejo, ni el 30 de abril, ni un día antes, ni en todo el mes. No hubo actividades divertidas, alguna felicitación y menos dulces. El día pasó como muchos otros, entre regaños, maltrato y miedo. No hay una persona dispuesta a escucharle y ayudarle a procesar las circunstancias que vive y no hay clases especiales.
Samantha vive en una casa hogar y Citlali vive con sus padres.
¿Qué situación es mejor? Ni una ni la otra.
En el primer caso, las y los niños llegaron a un hogar institucionalizado, porque no hubo una persona adulta que pudiera hacerse responsable de ellos, al menos en ese momento. Esa será su residencia mientras transcurre su proceso legal y son devueltos a su familia en mejores condiciones, sean dados en adopción o bien, cumplan la mayoría de edad, en razón de que no desean ser adoptados.
Y aunque en las casas hogares no todo es color de rosa y pueden presentarse casos de maltrato por parte de las y los cuidadores, así como agresiones de los propios compañeros y compañeras (sin hablar de casos de gravedad que merecen un espacio aparte), probablemente todo ello sean detalles en comparación con el entorno de donde provienen.
De acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), ANTES de la pandemia, 6 de cada 10 niños en México habían sufrido alguna agresión psicológica o física en el hogar. También detalló que la población infantil de 1 a 10 años son los más afectados por la aplicación de violencia por algún miembro de la casa y que mientras en el caso de las niñas las agresiones son principalmente de carácter psicológico, en el caso de los niños son físicas.
En su informe relativo a la época pandemia, la UNICEF hace una afirmación contundente: La pandemia por COVID-19 ha incrementado la violencia contra la niñez.
Ello deriva del registro de 115 mil 614 llamadas de emergencia al 911 por incidentes como abuso sexual, acoso sexual, violación, violencia de pareja y violencia familiar, una cifra entre 23 y 30% mayor respecto a un año antes, según el mes de consulta.
Las y los niños que viven en casas hogares reciben donaciones, visitas de jóvenes que realizan su servicio social, seguimiento a su salud, desempeño académico y necesidades especiales. De alguna forma, son los más visibles de entre los desprotegidos.
Quienes viven una situación como la de Citlali requieren ser detectados y apoyados con urgencia, a fin de salvaguardar su integridad física y psicológica, que en el mejor de los escenarios signifique que las conductas no sean repetidas para la siguiente generación.
Hay un proverbio africano que dice que el niño que no es abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la aldea para poder sentir su calor.
Sea esta la oportunidad para reconocer y agradecer a todas aquellas personas que desde lo público o lo privado, “abrazan” a esas niñas y niños: personal de psicología, servicio social, de cuidado en casas hogar, procuración de protección, médico, voluntario que realiza donaciones de tiempo o en especie y todas aquellas personas que con o sin remuneración (pero con un extra), aportar su piedra de arena para brindarles un futuro distinto.
Sophia Huett