En el ámbito de la seguridad pública y ciudadana, especialmente en cuanto a la operación policial, siempre hay una esperanza en el mañana.
La esperanza de un presupuesto suficiente, que alcance lo mismo para las tareas operativas que para la capacitación, mejores sueldos y prestaciones, equipamiento, inversión en inteligencia… y ya si sobra un poquito, la creación de un fondo para proteger a las familias de policías caídos o bien, a policías con lesiones permanentes.
La esperanza de que el camino andado y que tantas vidas ha costado, contribuya a la generación de políticas públicas de largo plazo, buenas prácticas y demás experiencia documental que permita tener un piso, en el que resuelto lo básico, provoque espacios de mejora, en los que cada día sea posible disminuir los riesgos para el policía y aumente los resultados de la ciudadanía.
La esperanza de contar con un estado de fuerza suficiente, cada día más fuerte e integrado por personal con vocación, honorable y confiable, en el que el espíritu de cuerpo sea elemento cohesionador para el éxito y a la vez, el factor que destierre a la traición.
La esperanza de acrecentar el patrimonio del Estado para la seguridad, con un mayor número de bases, cuarteles y edificios, que contribuyan a extender la presencia institucional hasta los sitios más remotos del territorio.
La esperanza de tener una identidad, que sea descanso del alma y refugio cuando afuera se encuentra el desprecio ciudadano, aún de forma injustificada.
La esperanza de saber que la carrera policial es lo que permitirá crecer en lo profesional y lo económico… y que tiene una ruta bien marcada a seguir.
Pero desafortunadamente, los ciclos electorales y los estilos de gobernar, algunas veces hacen “reset” en materia de seguridad. Y es entonces como podemos entender por qué se trata de una asignatura pendiente, en la que la mayoría de las veces hay que volver a empezar de cero.
Ojalá en México no se vuelva costumbre extrañar lo que no sucederá.
