Al menos, en los tres próximos años, difícilmente habrá un cambio en la política del combate a la delincuencia organizada. Se advirtió desde el inicio de este sexenio: no iban por cabecillas ni por líderes, bajo el argumento que esta decisión generaba más violencia, muertes y masacres.
Sin ahondar en si lo segundo está ocurriendo a causa de que se tomó la decisión sobre lo primero, es necesario reconocer el escenario en el que nos encontramos: circulación plena de droga para consumo y tráfico, expansión territorial de grupos delictivos y su confrontación con un alto grado de violencia por controlar actividades ilícitas y ante todo ello, o más bien, en medio de todo, la ciudadanía.
Conociendo la postura del gobierno central ¿qué debería de esperar y exigir la ciudadanía a sus gobiernos locales?
Sería una falsa expectativa creer que un gobierno municipal o incluso estatal pudiera acabar de tajo con los homicidios y la violencia vinculada a la delincuencia organizada, porque topa con límites territoriales, con entuertos jurídicos, económicos e intereses que quedan fuera de la jurisdicción local.
Lo que mínimamente se le puede y debe exigir a los gobiernos, en el contexto y escenario actuales, es proteger a la ciudadanía; que se esfuerce por garantizar sus libertades, que acote la presencia y operación de la delincuencia organizada fuera de su territorio y fuera del espacio público común.
Exigirle que no tenga una política de brazos caídos frente al crimen, señalando que “le toca a alguien más”, exigir que no abandone el modelo policial, así como contar con un gobierno fuerte, que a todos los niveles, resista la corrupción que viene de la delincuencia organizada.
No acotar al crimen, no incomodarlo y darle carta libre, equivale a autorizar a los delincuentes a que se apropien de los espacios comunes y a que sean las familias las que deban “guardarse” para evitar un daño.
Y es algo que no se puede permitir, por las presentes y futuras generaciones.
La lucha contra el crimen parece ser un apostolado, en la que participan quienes, contra viento y marea, luchan por ideales y por un mejor espacio para su comunidad y por su país.
Pareciera el mundo al revés.
Pero este es el momento en el que estamos y en el que no puede cederse ni un solo espacio a quienes parecieran que se multiplican como un adorable muñeco de ficción, al que no había que mojar y menos alimentarlo después de media noche para que no se multiplicara.
Esto no va a parar y los mejores gobiernos serán aquellos a los que no les invada la indolencia, el miedo, la comodidad, la complicidad y la omisión criminal. Los gobiernos verdaderamente triunfadores no serán los que así se autoproclamen, sino aquellos que no titubeen en cumplir y hacer cumplir la ley.
Sophia Huett