Su mirada frente a los policías federales se perdió al verlos, sabía que estaba en un callejón sin salida. En el argot policial, “estaba dado”.
La adrenalina se convirtió en total disposición y colaboración conforme pasaron los minutos y horas. Se dio cuenta que no iba a morir.
Subió al vehículo institucional blindado y llegó a instalaciones de seguridad. Ahí comenzaron las entrevistas, una de ellas incluso difundida en medios.
Contó de todo y de todos: que en Estados Unidos combinaba el negocio del ganado con el tráfico de marihuana y luego de cocaína; que tuvo que huir de su país luego de que personas cercanas fueran detenidas por la DEA en Boston y que había llegado a Nuevo Laredo, Tamaulipas, porque sus papás tenían una casa ahí.
Platicó que a sus 25 años justo en Nuevo Laredo, el grupo ‘Los Texas’ lo habían “levantado”, porque pensaron que era un agente de la DEA. Tras comprobar lo contrario, lo dejaron “seguir trabajando” e incluso le pidieron que se sumara a combatir a Los Zetas, pero que al negarse lo amenazaron, más la amenaza del grupo contrario.
Narró cómo a pesar de las reuniones de los líderes de los cárteles de Sinaloa, Juárez y Los Zetas para lograr un pacto de no agresión ante las bajas que todos tenían, la relación con los hermanos Treviño Morales estaba dañada irreparablemente, pues lo culpaban de la muerte de uno de sus hermanos.
También habló de cómo conoció a Arturo Beltrán Leyva y de que años después, cuando éste se drogaba intentaba matarlo, pero que cuando no consumía, lo trataba como si nada pasara. Recordó incluso de que antes de ser abatido en Cuernavaca, le llamó para pedirle apoyo y que los hermanos Beltrán Leyva lo creían responsable de que la Marina lo hubiera ubicado.
Tenía tantos frentes abiertos que aun cuando la detención la hicieran uniformados de cualquier corporación, pensó que no saldría vivo. Su cara comenzó a relajarse cuando los policías responsables de su detención le ofrecieron agua e incluso comida durante el traslado, las entrevistas y el tiempo previo a la entrega a la entonces Procuraduría de Justicia.
Una de las analistas de Policía Federal que prácticamente “vivió” meses en la oficina, incluyendo fines de semana y días festivos, no podía comprender cómo había “expertos” e incluso medios que afirmaban que el delincuente se había entregado.
Más de 200 policías federales de análisis, de campo, de investigación y de inteligencia, tenían meses siguiéndole la pista por medios técnicos, tierra y aire.
Lo ubicaron primero en Acapulco, Guerrero. Llegaron hasta la puerta del lugar que rentaba con su familia, pero no lo encontraron: estaba jugando tenis en el Hotel Princess. Cuando conoció del operativo escapó y envió a su familia a Estados Unidos.
Su siguiente destino fue un hotel en Tequesquitengo, Morelos, en un entorno complicado para una operación policial “discreta”. Apenas percibió que los helicópteros de la Policía descendían en la zona de la laguna, comenzó la huida.
Y es que los policías no podían confiarse o minimizar los riesgos, pues el perfil del delincuente era altamente violento y traicionero. Aunque también le gustaba la buena vida y por eso se refugió en Bosques de las Lomas, en la Ciudad de México.
Hasta ahí llegaron nuevamente los policías federales y el delincuente nuevamente emprendió la fuga rumbo al Estado de México, donde finalmente fue detenido. Pretendía acercarse a un inmueble en donde en algún momento se detectó que se hospedaban médicos colombianos que trabajaban para un grupo delictivo.
Al hablar con los policías también se reía, como lo hizo frente a los medios de comunicación. Reía porque, aunque intentaba evadir las preguntas que le hacían, eran tan específicas y certeras, basadas en meses de investigación, que no tenía más opción que aceptar los hechos.
Las versiones de las y los policías que participaron en las diferentes etapas del proceso luego de su captura coinciden: un delincuente respetuoso, colaborador y amable. Tampoco hay quien refiera petición de hablar con un superior o reclamo de algún acuerdo o pacto que debiera respetarse.
¿Se favoreció a un grupo al combatir al otro? Las y los policías son tajantes: nunca tuvimos un jefe que nos dijera que intensificáramos los trabajos o que dejáramos de investigar a un grupo criminal; por el contrario, la presión por dar resultados positivos contra cualquier organización delictiva era fuerte, porque la instrucción presidencial era que ningún grupo delictivo podía estar por encima del Estado.
Quienes conocieron, escucharon y siguieron a quien apodaron inicialmente como ‘Ken’ los propios criminales y terminó siendo ‘La Barbie’, sí sabían de qué se reía ante las cámaras: de nervios, al saber que había sido expuesto públicamente, que no había punto de retorno y de que cómo él mismo había dicho minutos antes, le tocaba asumir sus decisiones y el camino que había elegido.
Sophia Huett