Indudablemente la línea entre la inteligencia y el burdo espionaje en el gobierno de una nación es demasiado delgada. Ambos conceptos, en todo caso, son complementarios pero también un tentador manjar para los poderosos que, no nos engañemos, han usado ambas desde siempre. Ya desde las épocas imperiales chinas, en el Siglo VI a.C., se documentaba el tema a través de una obra ya clásica: El Arte de la Guerra, del militar Sun Tzu.
En el último capítulo de este tratado, palabras más, palabras menos, menciona que “lo que posibilita a un gobierno inteligente y a un mando militar sabio vencer a los demás y lograr triunfos extraordinarios es la información esencial, previa, que no puede obtenerse de fantasmas ni espíritus, ni se puede tener por analogía ni descubrir mediante cálculos. Debe obtenerse de personas; personas que conozcan la situación del adversario”.
En tiempos modernos, en el contexto de la lucha contra el crimen organizado y de la competencia político-económica a nivel global, puede ser entendible (lo justificable estaría a debate).
Recientemente en nuestro país ha resurgido el tema, y lo que hace sonar las alarmas es el hecho de que estas herramientas pretendan enfocarse a enemigos imaginarios, surgidos de las divergencias ideológicas internas que derivan en persecuciones con clara esencia revanchista.
Dicho sea de paso, los periodistas no somos el enemigo, ni los opositores políticos son un riesgo de seguridad nacional. Quien piense de esa manera es claro candidato a huésped de La Castañeda y se torna, paradójicamente, en una seria amenaza a la estabilidad nacional a través atizar más el fuego de la polarización.
En lo que hace a los comunicadores, ya hasta acostumbrados estamos a que publicar la realidad de cualquier manera le incomodará a alguien, que potencialmente caerá en la miopía de vernos como sus adversarios. Allá el rey y sus desnudeces.
Está claro, solo como ejemplo, que doña Layda Sansores nada sabe sobre trabajos de inteligencia o el concepto de ello; lo suyo es hacerle al James Bond tropical para apapachar a su jefe. Es decir, precisamente el mal enfoque de esas tareas que ni siquiera le corresponden.
Sin embargo, a juzgar por la tecnología cada vez más avanzada y cada vez más en manos de ambiciosos ocurrentes, es mejor atenerse a la máxima de que "si no quieres que alguien se entere de algo, quizá el único camino seguro es que no lo hagas".