Cuando despertemos de la pandemia, el mundo habrá cambiado. Saldremos del encierro y sus pesadillas para enfrentar una realidad distinta. Pretender que todo sigue igual será negar la realidad. Creer que podremos vivir con las viejas rutinas, un error. Tendremos que adaptarnos, ser más flexibles, innovar y recurrir a la creatividad como arma para enfrentar las nuevas coordenadas.
Con suerte y voluntad, hasta podríamos comenzar a construir un mundo mejor: más justo, sustentable y equitativo. Apenas comenzamos a darnos cuenta del tamaño de la crisis que enfrentamos. A sus causas inmediatas se sumaron deficiencias estructurales y ánimos encontrados.
La crisis sanitaria es un factor exógeno y desconocido que cimbró incluso a sistemas de salud robustos. El nuestro apenas comienza a sufrir los embates de la enfermedad, pero sabemos que son muy altas las probabilidades de que resulte insuficiente.
La pandemia de covid-19 obligó a detener una parte sustantiva de la actividad económica. El problema es que afectará a varios de los pilares que la sostenían: exportaciones de manufacturas y autos, turismo y remesas.
Además, el paro de actividades lastimará a miles de pequeñas y medianas empresas que enfrentarán problemas de liquidez, y después de solvencia. Muchas de ellas no sobrevivirán y el empleo formal disminuirá.
La cereza del pastel es un precio del petróleo por los suelos y un horizonte en el que nada anuncia un repunte de corto plazo. La economía se contraerá y las finanzas públicas tendrán serios problemas que agravarán los que ya venían enfrentando.
Basta con escuchar a los gobernadores replanteando el pacto fiscal para darse cuenta de la magnitud de la crisis que viene.
A la económica puede sumarse una crisis social enorme, resultado del miedo, la frustración, la falta de trabajo y la violencia. Y a ella puede seguir una crisis política. A nadie le conviene este escenario. Por ello, es necesario hacer una llamada urgente a rectificar el rumbo. A dar un golpe de timón que permita enfrentar el oleaje. A tomar las medidas que permitan preservar el empleo formal e informal, que será la única manera para que la economía se recupere después del choque.
En fin, urge un llamado a que no sigamos dividiendo al país agudizando las muchas contradicciones que tenemos. A preservar las instituciones en lugar de acelerar su debilitamiento, pues son ellas las que, a pesar de sus imperfecciones, puede conducir la reconstrucción. Nunca como antes es necesario el encuentro, el diálogo y las soluciones comunes. Los retos que enfrentaremos en los años por venir así lo demandan. Aún es tiempo.
* Director e investigador del Cide