Cuando hablamos de recuperar las condiciones de paz y seguridad en nuestro estado, normalmente hablamos de instituciones y competencias oficiales; es decir, de la depuración y profesionalización de las policías y del Ministerio Público, de las labores de inteligencia, de la generación de oportunidades, pero pocas veces le damos el justo peso y la responsabilidad que tiene la institución social base: la familia.
No sé en qué punto o cuáles fueron los factores que han deteriorado tanto a esta institución, pero tenemos que reconocer que en los últimos años se han venido perdiendo valores morales que daban rumbo a la sociedad.
Pensemos tan solo cuán diferente fuera nuestro Tamaulipas, si cada familia se asegurara de formar en cada uno de sus integrantes a mujeres y hombres de bien. Pensemos cuán diferentes fueran los cosas, si el honor y el honrar la palabra siguieran siendo un valor supremo.
Es claro que no todos los cambios fueron malos, pero en lo que se refiere a cuestiones de formación, creo que hemos perdido más de lo que hemos ganado.
Necesitamos volver a nuestras raíces, a encontrarnos con los nuestros, a ver en qué anda la familia. Una de las películas más emblemáticas de la historia señala en su guión que un hombre que no dedica tiempo a su familia, no es un hombre de verdad.
El buen rumbo de nuestra tierra depende en buena medida de nuestro gobierno, pero también es nuestra responsabilidad. Las familias cuando atraviesan momentos difíciles se reúnen y toman decisiones. Hoy es tiempo de que la gran familia tamaulipeca se reúna y vea por el futuro de todos. No merecemos vivir así.
Los ejemplos a seguir, los liderazgos, deben ser más que nunca personas de una sola pieza. Que lo material y lo carnal nunca más le vuelvan a ganar una batalla a lo moral.
Estos comentarios son inspirados en la memoria de mi tío Max Barrientos que hace unos días falleció en Tampico, Tamaulipas. Siempre lo recordaré justamente por ser un hombre recto, intachable y que unía como nadie a la familia. Descanse en paz.
