No conocí a Juan Pablo Adame de manera personal, pero sí fue un actor político joven que seguí durante la campaña presidencial de 2018, tiempo en el que fue frecuente verlo en los medios de comunicación dando su opinión sobre la coyuntura de aquel momento.
En aquella campaña siempre pensé que se trataba de un político sensato e inteligente, pero lo que más me transmitía en aquellos años, aún en la distancia de ser un servidor, un joven que lo veía del otro lado de la pantalla, era que se trataba de un buen ser humano y de un tipo congruente, cualidades no tan comunes en la política actual.
Le perdí la pista hasta que un día vi en las noticias que el senador Miguel Ángel Mancera había solicitado licencia para que Juan Pablo, quien fue diputado federal del 2012 al 2015, fuera legislador por un día.
Ahí supe que aquel joven político enfrentaba un agresivo cáncer que le había sido diagnosticado apenas un año antes.
Escuché con atención su discurso en la llamada Cámara Alta.
“Yo decidí que me quiero ir de este mundo sin enemigos, sin rencores, sin apasionamientos que te lleven a desconocer al otro porque piensa distinto.
“Más ahora en este proceso de campañas y de polarización, donde pareciera que hay que desconocer al otro, odiar al otro y enfrentarnos al otro.
“La política seguirá degradándose si continuamos en esta ruta, y la violencia se va a agravar. Yo no quiero eso para mí, para mi familia ni para mi comunidad y para mi país”.
Hace apenas unos días, Juan Pablo anunciaba lo siguiente: “Hoy entro a una nueva etapa de mi vida, mis oncólogos han sido muy generosos conmigo, han puesto lo mejor de sí para curarme hasta este momento, pero el cáncer no dio tregua.
“Toca entrar a cuidados paliativos, decidimos tomarlos desde casa, ese espacio de amor y seguridad que hemos construido Eli y yo durante nuestro matrimonio”.
Asumía esta nueva situación, agradecido con la vida, con la paz que brinda estar seguro que Dios estaba con él, e invitando a todos a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, recordando lo mucho que extrañaba poder tomar un vaso de agua fría.
Juan Pablo falleció el pasado 5 de diciembre a los 38 años de edad, dejando una familia con tres hijos. “Disfruten de un buen vaso de agua fría por mí” concluía su último escrito.
Desde aquí un abrazo a su familia y un brindis con un vaso de agua fría en memoria de un buen político y mejor hombre.