Hay batallas que no se eligen por conveniencia, sino por conciencia. Hacer lo correcto rara vez es el camino más fácil. Al contrario: casi siempre implica ir a contracorriente, recibir críticas, incomodar intereses y escuchar la palabra “no” una y otra vez.
En un mundo que muchas veces premia la trampa disfrazada de astucia y la mentira envuelta en discursos atractivos, insistir en lo correcto parece ingenuidad. Pero es justamente lo contrario: es la más grande muestra de carácter.
Hacer lo correcto, aunque se aplauda menos, aunque incluso sea más costoso en el corto plazo, es lo que sostiene la dignidad personal y colectiva.
Porque al final, lo que se defiende no es solo una causa, sino un principio: la certeza de que el honor no es negociable y es fuente natural de valor.
Claro que insistir en lo correcto cansa. La tentación de rendirse aparece cuando todo alrededor invita a la indiferencia o a la comodidad de callar.
Pero la historia enseña que los grandes cambios no nacieron de los que se acomodaron al “así son las cosas”, sino de quienes se atrevieron a sostener su convicción frente a la adversidad.
Hacer lo correcto es sembrar confianza en un mundo escéptico. Es demostrar que la integridad no se dobla ante la presión, ni se vende al mejor postor.
Y aunque tarde, aunque duela, aunque parezca que todo está en contra, la insistencia en lo correcto acaba abriendo camino, porque la verdad tiene una fuerza que no puede ser sepultada para siempre.
Insistir en lo correcto no garantiza el aplauso inmediato, pero sí garantiza lo más valioso: poder mirarse al espejo sin bajar la vista y saber que, en medio de tantas voces que decían “no”, se eligió sostener lo que valía la pena.
Insistir en lo correcto es un acto de dignidad, de esperanza y de resistencia frente a la mediocridad. Es la certeza de que, aun contra todo, lo correcto siempre termina por resistir.
Así lo entendió también Cicerón, que en la Roma convulsa se atrevió a denunciar la corrupción aun sabiendo que ese gesto le costaría la vida. Su voz fue silenciada por la fuerza, pero la justicia de sus palabras trascendió los siglos, recordándonos que el poder es efímero y la verdad, eterna.
