Reza una vieja frase: “Dios hizo el campo, el hombre la ciudad”; quizá por eso la gente más noble, la más sencilla y la más agradecida vive en contacto directo con la naturaleza.
En el campo mexicano coexisten múltiples realidades: por un lado, tenemos un campo exitoso que se concentra en grandes empresas con presencia en varias regiones del mundo. Este campo es el que ha permitido que las exportaciones agropecuarias crezcan un 60% más en comparación con las registradas por el gobierno federal anterior. Basta recordar que, mientras en 2012 importábamos más alimentos de lo que exportábamos, con un déficit de 2 mil 300 millones de dólares; hoy, por primera vez en 20 años, tenemos una balanza positiva por 3 mil 600 millones de dólares; es decir, hay más productos mexicanos en las mesas del mundo.
Pero existe otra realidad en el campo, la de concentración de la pobreza; la de las muertes por causas que en la ciudad son prácticamente impensables; la de falta de educación: la de falta de apoyos suficientes para los que menos tienen.
Las zonas rurales no deben ni pueden ser sinónimo de zonas pobres. Hacia adelante, las miras deben estar puestas en lograr que los pequeños productores, los campesinos que de verdad trabajan su pedazo de tierra puedan ser más productivos y puedan darle un mayor valor agregado a su producto.
La mecanización y la tecnificación del campo son una prioridad; pero esto, sólo servirá si se acompaña de una política integral que contemple asesoría especializada para darle mayor valor a los productos del campo, no se vende igual un aguacate que una bolsa de guacamole sellada al vacío; se deben quitar intermediarios, urgen espacios donde los productores puedan vender a un precio justo y donde no tengan que regalar su trabajo; se necesitan créditos más baratos y más accesibles que fomenten el crecimiento; se requiere asesoría en negocios internacionales para que los mercados del mundo no sólo sean de unos cuantos.
Pero lo más importante: urge que volvamos a valorar como se debe el trabajo en el campo. Escuché hace días un comentario que he traído muy presente: “un día puedes necesitar la ayuda de un abogado o de un contador, un día seguro vas a necesitar a un doctor, muchos días vas a necesitar de un maestro; pero todos los días de tu vida vas a necesitar de un campesino, porque todos los días comes”.
Cada que nos sentemos en una mesa hay que pensar en los cientos de días de trabajo y esfuerzo que hay detrás de ese platillo, en todo lo que tuvo que pasar para que nosotros pudiéramos disfrutar de esa comida. Las mujeres y hombres del campo merecen una mejor calidad de vida y deben tener todo nuestro reconocimiento. De verdad que con las batallas que lidian a diario, sólo los podemos llamar héroes.
El campo mexicano
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Saúl Barrientos
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