A veces creemos que controlamos todo, que nuestras decisiones nacen de la lógica y que somos dueños de cada paso que damos.
Pero, en realidad, hay algo dentro de nosotros que, a veces, elige antes de que lo notemos. Esa voz no habla, pero dirige. Un impulso que no vemos, pero sentimos. Es el subconsciente.
Cuántas veces decimos “no sé por qué lo hice”. Esa frase es más cierta de lo que pensamos.
Hay elecciones cuyo tránsito no pasa por la razón, sino por las emociones que arrastramos desde hace años. Experiencias, heridas, recuerdos, temores. Todo eso está ahí, como un eco silencioso que guía nuestras respuestas sin pedir permiso.
A veces elegimos alejarnos de alguien sin entender por qué. O nos saboteamos justo cuando algo bueno está por venir.
El corazón late rápido, la piel se eriza, pero la mente no encuentra explicación; entonces inventamos una.
Muchas decisiones se toman desde lo más profundo, sin que el pensamiento lógico tenga la última palabra.
No es debilidad, es humanidad. El subconsciente no es un enemigo; es una parte nuestra. Vivimos en un constante pasado, presente y futuro.
Lo hace con herramientas antiguas, a veces con miedo y con creencias que ya no nos sirven. Por eso repetimos patrones, por eso a veces sentimos que vivimos en círculo.
La buena noticia es que podemos escuchar más; detenernos; preguntarnos con honestidad qué sentimos de verdad.
No lo que creemos que debemos sentir, sino lo que hay debajo.
Cuando entendemos esto, nos damos permiso de ver lo que mueve los hilos, algo se libera y entonces sí, empezamos a elegir con más claridad.
Me queda claro que el verdadero poder no está en controlar todo, sino en conocerse mejor. En mirar hacia dentro sin miedo.
Solo si entendemos por qué hacemos lo que hacemos, empezamos a decidir de verdad; y sí, así de increíble es nuestra mente.
