“El criminal no nace, se hace”, se leía en la nota encontrada en la trinchera del asesino. Y no, no estamos hablando directamente de Salvador Ramos, el actual (tristemente) célebre autor material de la matanza de 19 niños y dos adultos en Uvalde, Texas.
Esta frase la dejó escrita casi un siglo atrás Andrew Kehoe, quien el 18 de mayo de 1927, voló una escuela en Bath, localidad del estado de Michigan, en un atentado con explosivos, con 42 víctimas mortales; la mayoría de ellas eran escolares de primero a sexto grado. Kehoe, un perturbador trabajador que enfrentaba deudas, embargos y desempleo, se vio sobrepasado ante un nuevo impuesto para beneficiar a la escuela. Por ello, con explosivos redujo a cenizas el plantel. Previamente asesinó a golpes a su esposa enferma y disparó contra el director escolar que intentó detenerlo. En la bodega donde estaba el asesino fue encontrada la nota mortal explicando la causa.
Y si bien podríamos hacer un recuento lastimoso de las masacres escolares, la realidad es que una vez más el horror se supera a sí mismo. A la interminable lista de tristemente célebres tiradores en masacres escolares se sumó el nombre de Salvador Ramos.
Desgraciadamente esta horrenda celebridad será efímera hasta que otro asesino perpetúe otra tragedia. La historia nos ha enseñado eso. Apenas hace unas semanas todos nos asustábamos por el manifiesto supremacista con el cual Payton Gendron justificó su matanza en un supermercado en Buffalo, Nueva York, y hoy el horror está en el sur.
Y mientras la arena política se debate en estos días sobre el control de armas y la salud mental, temas sin duda prioritarios si buscamos prevenir estas tragedias, por desgracia los argumentos se tiñen de azul y rojo partidista, más bien como misiles dirigidos al bando contrario. No obstante, la respuesta a los tiroteos masivos parece haber sido dada por Kehoe ya casi un siglo atrás.
A nivel social no podemos reducir el fenómeno de los tiroteos a la inmediatez o a la influencia de plataformas violentas exclusivamente. Hay que hablar de la salud mental y los escasos recursos asignados a su atención. También de los ambientes familiares tóxicos y la incapacidad del sistema de atender los casos a tiempo, como lo demostró la muerte de Gabriel Fernandez a manos de su propia madre violentadora en California. El acoso escolar que año tras año cobra víctimas y la inacción de los centros escolares ante éste. Políticos incapaces de poner en riesgo el financiamiento del lobby de armas a pesar de las vidas que se pierden anualmente.
Hoy todos cuetionan la inacción policiaca de la policía de Uvalde, los cuales atestiguaron en el pasillo del centro escolar por una hora sin hacer nada a pesar de las llamadas de auxilio que los mismas víctimas realizaban desde el aula. La pregunta es si nosotros, la sociedad, seguiremos atestiguando matanzas desde el pasillo de la indiferencia mientras los políticos continúan mandando huecas condolencias y nosotros sumamos un nombre más a las tragedias por recordar.
Por: Sarai Aguilar Arriozola
@saraiarriozola*
*Doctora en Educación y Máster en Artes con especialidad en Cultura.