Inevitable, adentro y fuera de la Iglesia, no considerar una eventual Sede Vacante del Vaticano ante la salud y condiciones personales en que se encuentra el papa Francisco desde el pasado 14 de febrero. Momentos de transición personal y de la propia Iglesia. Esto último incluso, independientemente del tránsito del papa Francisco.
El pontificado de Francisco guarda similitudes con el de Juan XXIII, quien gobernó la Iglesia católica del 28 de octubre de 1958 al 3 de junio de 1963, tras un largo e intenso pontificado de Pío XII.
Aunque el pontificado de Juan XIII fue breve, cuatro años y ocho meses, lo fue suficiente para iniciar e incoar en la Iglesia un proceso de aggiornamento abriendo las “ventanas” de la Iglesia al convocar e iniciar el Concilio Vaticano II (1962-1965). Un concilio que imprimió una dinámica de renovación, de reforma con vuelta a sus orígenes, de apertura, impulsando con ello una transición en medio de un mundo que había cambiado luego de la II Guerra Mundial y se configuraba un nuevo orden mundial; un cambio de época.
Francisco, por su parte, está a punto de cumplir doce años de pontificado (13 de marzo próximo). Asumió la conducción de una Iglesia vapuleada, herida, en crisis, en medio de un cambio de época, pero “líquida” (se diría con Zygmunt Bauman), tras un pontificado larguísimo con Juan Pablo II (26 años y medio), y consolidado con Benedicto XVI (casi 8 años de pontificado).
En una lectura de su magisterio, sobre todo su actuar e instrucciones, se lee el espíritu conciliar, incluso las referencias a los documentos conciliares, en particular la Constitución Pastoral de la Iglesia, “Gaudium et Spes”, resonando permanentemente su proemio: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.
Si Juan XXIII puso a la Iglesia en Concilio, que continuó e instrumentó Pablo VI, Francisco ha puesto a la Iglesia en “camino sinodal”, en permanente apertura, diálogo, rompiendo auto referencias, reavivando el espíritu del Concilio Vaticano II que tras Pablo VI padeció un ahogamiento en el corazón de la Iglesia católica (Vaticano), pero que en las periferias dinamizó comunidades, en particular Latinoamérica.
Un “camino sinodal” sin esas certezas que inmovilizan, pero que están ahí en grupos y sectores (con poder económico y político que resurgen en Europa y Estados Unidos) que ven estos momentos de transición para recuperar terrenos y el poder que anularía, otra vez, al Espíritu que Juan XXIII y Francisco le abrieron puertas para su actuar.