“Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar”.
Hypatia de Alejandría (355-415 d.c.)
El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, recordando aquel trágico 8 de marzo de 1857 que marcó un parteaguas en la larga e inacabada lucha de las mujeres por reivindicar sus derechos. Ese día, cientos de mujeres trabajadoras de una fábrica de textiles de Nueva York salieron a marchar por mejores salarios, pues ellas ganaban menos de la mitad de lo que ganaban los hombres, y la marcha fue reprimida por la policía, muriendo 120 obreras.
La desigualdad social de las mujeres ha sido una constante en la historia de la humanidad. Basta mirar al pasado para percatarnos de que a cada paso dado por las sociedades en la conquista de nuevas demandas y derechos, los cuales se supone deberían beneficiar a todas y todos, las mujeres siempre fueron y siguen siendo relegadas de los logros obtenidos, y por lo tanto excluidas del progreso social.
Es que la lucha organizada de las mujeres ha traído avances significativos a través de leyes y decretos, más no así en la práctica. Y lo mismo pasa en nuestros días, donde, a pesar de lo logrado, la realidad cotidiana nos golpea duramente: una violencia desbordada, fundamentalismos corrosivos, desigualdad encubierta y una vez más la división social como constante.
Por eso, la conmemoración de este día obliga a una reflexión profunda y seria del problema, que si bien no solo es privativo de México, plantea la necesidad de abordarlo desde un punto de vista integral, y de asumir la responsabilidad que tenemos cada una y cada uno para encontrar respuestas y encarar esta gravísima violencia de género, esta crisis nacional de feminicidios, no como un caso aislado sino como parte de un problema mucho más amplio de violencia. Y coincido con quienes afirman que el feminicidio es un crimen de Estado porque va acompañado de la omisión, la inercia y la omisión de las autoridades
¿Qué hay detrás de toda esta violencia de género que parece desbordarse y de todas estas demandas legítimas? ¿No es más bien que la violencia de género es una expresión más de la violencia social que forma parte de nuestra cultura y es construida, generada y sostenida por el estatus quo imperante? ¿No son las mismas leyes, las costumbres, las diversas prácticas sociales, el sostén que posibilita la exacerbación de la violencia social?
De acuerdo con estudiosos del tema, tres son las causas fundamentales que sostienen y fomentan la violencia: la educación, las relaciones sociales y la impunidad.
En un país como el nuestro, donde las fuerzas conservadoras han logrado prevalecer gracias esos tres factores y a la división del pueblo y la disgregación de las causas reivindicatorias, es menester entender que la violencia no es sino expresión de un estado generalizado de injusticia, desigualdad y pobreza, y desde luego de impunidad. Esto significa que el problema de fondo se da en el terreno ideológico, por lo cual no se ataca la raíz.
Un camino fácil, incluso inducido por los factores reales de poder, es descalificar las causas reivindicativas aisladas, para aislarlas aún más, y así afianzarse como factores de poder.
México vive actualmente un momento de inflexión que es en sí una oportunidad, que pasa desde luego por la reivindicación de las causas de la mujer, pero también por la reivindicación de las causas obreras, indígenas, de la diversidad, y un larguísimo etcétera.
Por eso cabe preguntarnos si el fundamentalismo que confronta ahora una visión de la masculinidad contra una visión del feminismo no es otra estrategia de las fuerzas reales de poder, que aún prevalecen y se niegan a perder privilegios, porque quieren que todo siga igual.
Algo que ha fallado entonces, y que tenemos que empezar a hacer, es una reflexión sobre las causas profundas del problema, y entender que su resolución pasa no solo por el cambio de modelo sino por el desmantelamiento de la ideología dominante.
Cuando la violencia crece, como es el caso, se exacerba aún más en todos aquellos sectores más vulnerables, por eso su superación no se logrará mediante la confrontación de hombres y mujeres sino que solo será posible cuando quienes hemos estado oprimidas y oprimidos unamos fuerzas contra el enemigo a vencer.
* Presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos