¡Se impuso la mayoría republicana! No crea usted que se trata de un proceso democrático y no se imagine que sucedió en alguna de las dictaduras de América Latina. Tampoco suponga que fue el resultado de una contienda organizada, limpia e imparcial. ¿Podría ser una disputa “creada a modo” en alguna de las repúblicas bananeras? ¿O fue simplemente una farsa?
Difícil asegurarlo. Sin embargo, no hay duda que fue la expresión de una posición de fuerza, ejercida por el presidente Trump. Los senadores republicanos se olvidaron de las mejores tradiciones democráticas y de la política. Fue una obra teatral escenificada en el Senado estadunidense y actuada por republicanos incondicionales al presidente de Estados Unidos. “La aplanadora” del partido republicano funcionó tal y como funcionan las dictaduras latinoamericanas, por no decir el PRI o el PAN en sus peores momentos.
Nuestros vecinos están en decadencia. Han cedido terreno en el sistema multipolar. Su omnipotencia comenzó a declinar a partir de la última década del siglo XX. Las decisiones autoritarias de Trump responden a lo frágil de la competencia política interna y a su propia inexperiencia en política exterior. A esto se suma el surgimiento de China, la consolidación de Rusia y el crecimiento de India. Estados Unidos ya no es el dueño del mundo.
El gobierno de Trump está desconcertado. La “ley del garrote” no funciona. Un buen número de países de Europa y Asia dejaron de tomarlo en serio. Su propio sistema, otrora modelo del capitalismo democrático, ha pasado de ser salvaje y financiero, a un capitalismo de “cuates” y ahora a una plutocracia sin escrúpulos. Pierde el rumbo.
Para nadie es extraño que el presidente Trump cometió un delito grave al solicitar al presidente de Ucrania intervenir a su favor pidiéndole investigar para denigrar (“enlodar”) a la familia Biden, considerado por él como su principal rival para las elecciones de noviembre. Y, al mismo tiempo, obstaculizar la justicia al negarse a enviar documentos oficiales al congreso e impedir que funcionarios de su gabinete declararan bajo juramento ante diputados y senadores. Ambos: abuso de poder y obstrucción de la justicia, son delitos graves. Sin embargo, fue absuelto. Su ego, su arrogancia y su megalomanía están satisfechos. Ahora siguen su petulancia, sus mentiras, el control de los medios de comunicación, las famosas fake news y sus alardes mediáticos de campaña.
Es culpable, sin duda, de violar la constitución de Estados Unidos, el derecho internacional y sus instituciones. Trump pierde, ganando, pierde el Congreso de Estados Unidos, y pierde el partido republicano por su abyección incondicional al poder del presidente. Para algunos, la fuerza y el poder arbitrario y sin escrúpulos garantizan su reelección. Otros esperan que los demócratas y la ciudadanía reacciones en su contra.
Esta es la democracia que el Departamento de Estado y la Organización de Estados Americanos apoya y promueve en América Latina. Derroca a Evo Morales para imponer a una autoproclamada presidente en Bolivia y exhibe, en pleno informe anual, ante su Congreso a un timorato, autoproclamado presidente de Venezuela. Ambos impuestos sin escrúpulos a espaldas de los ciudadanos. Al mismo tiempo que, en su país, apoya un “juicio político” sin documentos ni testigos para sobrevivir en su presidencia.
El gobierno de una república bananera impone, con Añez en Bolivia, y con Guaidó, en Venezuela, su “modelo democrático”. Dos “presidentes” de dos países de América Latina, que se convertirían, a su imagen y semejanza, en países bananeros. ¿No cree usted?