El Partido Revolucionario Institucional, el PRI, ha perdido el rumbo. Vive en la incertidumbre. Es una institución en decadencia que ignora su destino. Antes de 1982 era el partido entregado a la defensa de la intervención del Estado en la economía, el partido de las clases populares y abanderado de la justicia social. Defendía al nacionalismo revolucionario y creía firmemente en los principios de la Revolución Mexicana. Respaldaba la educación pública, laica y gratuita, abanderaba los derechos de los trabajadores y luchaba por hacer realidad la separación de la Iglesia y el Estado. Era el baluarte de la defensa de la independencia y la soberanía, y respetaba los principios de no intervención, respeto a la soberanía de los estados y la solución pacífica y negociada de las controversias.
Sin embargo, a partir de 1982, el PRI dejó de pensar en México y los mexicanos. Lo sedujo la modernización disfrazada en la apertura indiscriminada de su economía y la participación sin reglas de la inversión extranjera. Lo deslumbró la globalización. Los integrantes de sus Comités Ejecutivos Nacionales, guiados por sus presidentes, abandonaron al nacionalismo revolucionario, adoptaron los principios del Partido Acción Nacional, el PAN, para convertirse en adalides de la revolución neoliberal. Democratizaron la corrupción y la impunidad, cambiaron la justicia social por el bien común, abandonaron a las clases populares y se olvidaron de los principios de política exterior, especialmente la no intervención defendida por México en los foros internacionales. El PRI simplemente dejó de ser el partido de la democracia y la justicia social. Ahora, asociado con su adversario político histórico, integra el PRIAN. Perdieron el respeto de su militancia y poco a poco su abandono.
Después de fracasar en las elecciones de 2018, e instalarse en un vergonzoso tercer lugar, con menos de 10 millones de votos, intenta regresar a los tiempos idos. Busca la identidad perdida en el Senado y en la Cámara de Diputados. Se asocia indistintamente con partidos colocados lejos de sus principios y ahora, con falta de imaginación, decidió comparar los primeros 100 días del actual gobierno de López Obrador con los de Peña Nieto.
Difícil tarea. Los primeros meses del gobierno de Peña Nieto se dedicaron a consolidar la revolución neoliberal emprendida en 1982, definida en 1988 y fortalecida a partir de 2012, con la aprobación de las reformas estructurales y el avance de la privatización de Pemex y CFE. El Pacto por México, que servía de marco de referencia, resultó un pacto mañoso. Las avanzadas propuestas de expertos extranjeros e instituciones como la OCDE, resultaron ajenas a la sociedad y a la experiencia histórica de México. Los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. México no logró superar un crecimiento mayor al dos por ciento, cuando por más de 40 años, el país creció a una tasa del 6% anual. La corrupción llegó a todos los niveles de la sociedad cuando dejó de considerarse como delito grave. Se democratizó.
El gobierno de López Obrador, por su parte, inició criticando la corrupción, eliminando lo que consideraba los signos ostentosos y ofensivos del poder, fortaleciendo la justicia social, anulando las reformas educativa, energética y fiscal, eliminando la frivolidad, abriendo a la población las instalaciones de Los Pinos, eliminando al Estado Mayor Presidencial, viajando en clase turista en líneas aéreas comerciales, saneando las finanzas y aumentando la recaudación, disminuyendo salarios de los altos funcionarios, creando la Guardia Nacional, fortaleciendo la libertad de expresión y obteniendo la confianza y el respaldo del 80% de la población.
Uno representa el presente inmerso en un capitalismo salvaje, financiero o de cuates, y el otro piensa en el futuro, aún incierto, rescatando el pasado. Aunque el PRI y sus diferentes Comités Ejecutivos Nacionales han sido de derecha y de izquierda, liberales y conservadores dentro de los límites del capitalismo revolucionario. Después de todo, el PRI fue el autor intelectual y material del nacionalismo revolucionario y también de la revolución neoliberal.
Nada conseguirá el PRI comparando los primeros 100 días de los presidentes. Exhibe, sin embargo, falta de imaginación, pobreza de ideas y ratifica el desconcierto de sus militantes. El PRI necesita redefinirse, reinventarse, cambiar su liderazgo, formar nuevos cuadros, ponerse a la vanguardia de la revolución digital, darle vuelta a la tortilla. México cambió. ¿Podrá cambiar el PRI?