Seis personas fallecidas y una docena de heridos en un ataque con explosivos en Tlajomulco, Jalisco; nueve personas quemadas vivas, en el ataque de un grupo armado a una bodega de la Central de Abasto de Toluca; una niña de seis años muerta al quedar prensada en la puerta de un ascensor en el Hospital General del IMSS de Playa del Carmen, Quintana Roo; cinco taxistas asesinados en Chilpancingo, dos de ellos incinerados luego de que los atacantes prendieran fuego a sus coches; cuatro muertos –dos mujeres y dos hombres— en Ixtapaluca, Estado de México, cuando el auto en el que viajaban fue rociado de balas…
Hasta aquí el parte de bajas, por decirlo así, de los últimos días. Un registro parecido, o todavía peor, podrá consignarse el jueves de la próxima semana. Y así hasta completar el mes, y luego el segundo semestre de 2023 y todo el año siguiente, en la escalofriante escalada de violencia y dejadez gubernamental (los elevadores no trituran niños en Dinamarca, a ver si se enteran los sectarios de la 4T) que estamos sobrellevando en México.
¿Cuándo va a parar esto, siendo que zonas enteras del territorio nacional están ya avasalladas por las organizaciones criminales? Y, peor aún, ¿cómo se afronta la realidad de la descomposición social?
En Chilpancingo acabamos de presenciar una descomunal ruptura del orden público: miles de agitadores salieron a las calles e impidieron de tajo cualquier atisbo de normalidad ciudadana: bloqueos, desmanes, salvaje asalto a la mismísima sede del poder estatal, secuestro de agentes de la autoridad…
El Estado mexicano ha renunciado al ejercicio de una potestad fundamental, a saber, el uso legítimo de la fuerza, y se ha desentendido, en consecuenciade la primerísima de sus responsabilidades, la de garantizar seguridad a sus ciudadanos.
A los canallas desalmados que queman vivos a otros seres humanos o que aniquilan la actividad económica de una comunidad extorsionando a la dueña de una tiendita o al patrón de un taller mecánico –gente que aparece muerta si no paga la cuota exigida— no hay que ofrecerle arrumacos ni cariños sino enfrentarlos como lo que son, los verdaderos enemigos de los mexicanos.
Ahí están los adversarios a vencer, no en las filas de quienes, al denunciar este espanto, merecemos el calificativo de “conservadores”.