La espeluznante experiencia que vivieron los cuatro turistas estadunidenses que se adentraron en la comarca tamaulipeca sacudió a nuestros vecinos del norte. El asunto es que eso, lo de que te secuestren y te maten, es parte de la realidad que vivimos todos los días millones de mexicanos: en la mejor de las situaciones no pasa de ser una perspectiva amenazante (omnipresente y perturbadora, de todas maneras) pero en el caso de aquellos que son en efecto secuestrados y matados —decenas y decenas de seres humanos hasta conformar los monstruosos números que vomitan las estadísticas de los desaparecidos en este país— el acaecimiento del horror es parte de una normalidad que pareciera no agitar ya las conciencias de los mexicanos.
Nos hemos acostumbrado malamente a una situación descomunalmente anómala y lo que debiera despertar nuestra más combativa indignación y llevarnos a exigir que esta plaga de consonancias bíblicas se acabe de una maldita vez apenas logra sobresalir en el ominoso paisaje de la violencia.
A ver: este último suceso en Tamaulipas es ciertamente una vergüenza nacional pero, caramba, ¿qué me dicen ustedes de la masacre acontecida en San Fernando, en esa misma entidad federativa? En 2010, fueron asesinados 72 —no dos sino, lo repito, 72— emigrantes que se dirigían a los Estados Unidos: 58 hombres y 14 mujeres. Provenían de Centroamérica, y de Ecuador y Brasil, y los habían secuestrado los sicarios del cártel de Los Zetas para exigirles dinero por su rescate o para incorporarlos a sus filas. Los mataron por la espalda y apilaron simplemente sus cadáveres a la intemperie. ¿Cambió algo aquí después de tan abominable atrocidad? ¿Hubo un radical viraje en las políticas públicas de combate a la delincuencia? ¿La presión internacional alcanzó tales niveles que las autoridades mexicanas se sintieron obligadas a responder con hechos y acciones concretas?
No, señoras y señores, no ocurrió otra cosa que el empeoramiento de la situación: podemos afirmar, en vista de lo que está aconteciendo en regiones enteras del territorio patrio, que México es ya un Estado fallido: los grupos criminales recaudan rentas, desafían abiertamente a las autoridades, asesinan a los ciudadanos…
Así estamos. ¿Así seguiremos? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
Román Revueltas Retes