Política

¿Podemos estar peor? ¡Desde luego que sí!

Todo un pueblo detrás de Hitler, en un primer momento. Después, cuando comenzaron a torcerse las cosas, esos mismos ciudadanos fueron arrastrados por la vorágine de la violencia, la represión y el terror de Estado. Los alemanes hubieran debido predecir el catastrófico desenlace de aquello. Pues no: cerraron los ojos, se desentendieron de los valores cívicos, renunciaron a la democracia y se encontraron, al final de tan terrible viaje, en un país totalmente destruido.

Los reinados de los tiranos nunca tienen un desenlace feliz. Todo lo contrario: los déspotas siembran muerte y dolor, acaban con naciones enteras y, lo peor, sacrifican el presente de los demás —la única vida que tienen y que van a tener— en el cruento altar de su megalomanía.

Los humanos hemos ido avanzando trabajosamente a lo largo del proceso civilizatorio y el balance de las cosas, tras siglos enteros de injusticia y oscuridad, parece hoy más luminoso que nunca: hay menos guerras, más bienestar, menos enfermedades, menos dictaduras y más igualdad social que antes en la historia excepto, tal vez, el lejano período de los despreocupados cazadores-recolectores. Pero ese mismo recorrido hacia la sociedad abierta y la democracia liberal ha estado plagado de episodios de estremecedora brutalidad como si la vocación de los individuos de nuestra especie fuera también la autodestrucción pura y simple. No te explicas, de otra manera, los 78 millones de muertos de Mao Tse-Tung, los 23 millones de Stalin o los 17 del antedicho Hitler. Y tampoco entiendes que el gran relato de la humanidad sea, sobre todo, un recuento de batallas, conquistas, invasiones y asedios protagonizado por personajes como Alejandro Magno, Julio César, Gengis Kan o Napoleón Bonaparte.

Nos creemos, ahora mismo, a salvo ya de los sanguinarios conquistadores. Nos sentimos abrigados por leyes justas y hemos depositado cierta confianza, a pesar de todos los pesares, en los políticos y gobernantes a quienes hemos conferido representatividad a través de los votos que ejercemos libremente. Somos ciudadanos, después de todo, y tenemos derechos.

El tema, sin embargo, es justamente ése: lo que hemos logrado podemos perderlo –a estas mismas alturas— porque el germen de la autodestrucción sigue ahí, no sólo latente en el interior de tantos de nosotros sino presto a ser azuzado por los demagogos autoritarios –esos tiranuelos de siempre de la historia de los hombres— para emprender, colectivamente, una auténtica aventura suicida.

Venezuela era muy seguramente un país injusto y desigual pero nunca fue el infierno de miseria, escasez y desesperanza surgido bajo la enseña del “socialismo del siglo XXI”, esa descomunal mentira cacareada por los militares corrompidos y sus valedores en los estamentos civiles. Sí, los pueblos pueden estar peor… 

Román Revueltas Retes

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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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