Tan sencillo como servirse de la aritmética para hacer números y entender, de una buena vez, que los dineros públicos son aportados por los individuos productivos, así sea que los emolumentos de quienes laboran en el aparato burocrático los pague nominalmente papá Gobierno.
El comunismo se distingue por una evidentísima particularidad: la pobreza de la inmensa mayoría de la población. Es, en este sentido, un sistema absolutamente igualitario. Nadie tiene más que el vecino de al lado, en las tiendas controladas por el Estado no hay casi mercancías, los productos y los alimentos están racionados, los salarios son miserables y para obtener un artículo, digamos, que pueda aparecerse sorpresiva e inesperadamente en el mercado, así de necesario como sea, hay que hacer fila en colas interminables sin siquiera tener la certeza de conseguirlo.
Los izquierdosos, que existen todavía y cuya supervivencia parece estar asegurada –aunque sea temporalmente— gracias al enojo de los millones de ciudadanos que sobrellevan las durezas de la desigualdad en las sociedades capitalistas, se niegan tajantemente a reconocer el fracaso estrepitoso de un modelo en el que, encima, se pierden pura y simplemente las libertades que garantiza la democracia liberal. Se solazan, justamente, en atizar el resentimiento de quienes no han tenido las oportunidades que esperaban en la implacable jungla del libre mercado y lo reducen todo a un rudimentario discurso revanchista de pobres contra ricos ignorando, calculadamente, la existencia de una enorme clase media que, llegado el momento de cerrarle las puertas a los inversores, de emprender expropiaciones, de promover el estatismo y de confiscar patrimonios, será la primerísima perjudicada.
La pobreza en México es también una estremecedora realidad. El tema es que la transferencia de recursos a través de programas asistenciales sólo se puede financiar si los sectores productivos del país siguen funcionando a toda máquina porque ahí –en la venta de productos y servicios—es donde se generan los impuestos que el Gobierno destina a los antedichos esquemas de ayuda social. Es cuestión de números y nada más, señoras y señores, por no hablar de conveniencia y simple pragmatismo. Pero…