En campaña atacas, ofendes, denuestas, descalificas, ridiculizas… Pero luego, cuando estás al frente del gobierno, ya no hace falta nada de eso. Ya ganaste, o sea. Ya tienes el poder, ya mandas, ya decides las cosas, ya te obedecen los de abajo. ¿Qué más te preocupa?
Diferentes estilos de gobernar, por lo que parece: el mandamás puede ser un individuo discreto y dedicarse simplemente a llevar los asuntos corrientes con profesionalismo, sin estridencias ni destemplanzas. O, por el contrario, lo suyo es la confrontación permanente, así sea que no necesite ya vencer al rival político y que cuente con una gran aceptación popular.
No estamos viviendo en México tiempos de cruentos enfrentamientos. Ya tuvimos muchos, demasiados, en el pasado. De hecho, nuestra vida como nación independiente estuvo marcada desde un principio por los insalvables desacuerdos que tuvieron los diferentes protagonistas de lo público. ¿Por qué volver a eso ahora? ¿Para qué? ¿Qué caso tiene?
El precio que hemos pagado por nuestra insolidaridad y nuestra ancestral resistencia a reconocer al otro ha sido altísimo. Somos tierra de caudillos vanidosos, de ciudadanos crónicamente indispuestos a trabajar por el bien común, de facciones ferozmente enfrentadas y de grupos sin sensibilidad alguna para atender los intereses superiores de la nación.
Y así nos ha ido. No pudimos nunca construir el gran país que decimos que somos ni alcanzar ese futuro siempre prometido por nuestros recursos y riquezas naturales. Nos dedicamos más bien a dividirnos, a labrarnos destinos personales a codazos, pisoteando a los demás y negándoles derechos. Hemos sido ventajistas y desaforadamente individualistas, en detrimento de lo colectivo. Nuestra fraternidad se reduce al ámbito de lo estrictamente familiar —ahí sí sabemos echarnos la mano— y poco más. Nos movilizamos solamente cuando acaecen grandes tragedias, pero en tiempos normales somos desobedientes, indisciplinados y muy poco respetuosos con la autoridad.
Lo que menos necesitamos ahora, entonces, es revivir las batallas de antaño. Los conservadores del Porfiriato ya no están entre nosotros, la Conquista fue hace 500 años, no hay que fusilar a ningún emperador venido de fuera ni mucho menos comenzar otra revolución. Por favor.