Algunos optimistas convencidos avisan que esto —esta hecatombe económica derivada de una epidemia que no es más mortífera, justamente, porque el mundo entero se ha detenido casi por completo— es algo transitorio, o sea, una especie de ciclo en el cual los contagios, luego de alcanzar una cúspide, disminuyen porque el mentado coronavirus no encuentra ya la suficiente cantidad de individuos de la especie para trasmitirse masivamente.
Es cierto, sin duda alguna. Digo, la peste negra del siglo XIV mató a 50 millones de personas en el Viejo Continente (200 millones de seres humanos en total) pero no aniquiló a toda la población del globo terráqueo. La llamada gripe española, la última de las grandes plagas, acabó con la vida de 100 millones de infectados, una cifra espeluznante, pero la ciencia médica ha avanzado extraordinariamente en nuestros tiempos y las medidas sanitarias que implementan los Gobiernos, transcurrido poco más de un siglo desde que aconteciera aquello, mitigan grandemente la mortandad.
En este país, sin embargo, el tema es otro. Sabemos que la plaga terminará por desaparecer en algún momento. La cuestión, aquí y ahora, es que si el Gobierno no implementa estrategias para proteger el aparato productivo entonces nos encontraremos, al cabo de tres o cuatro meses, en un punto de no retorno.
En la inmensa mayoría de los países se están otorgando ayudas a las empresas de todos los tamaños y se están dirigiendo recursos públicos para apoyar a quienes, forzados por el brutal parón de la actividad económica, no cuentan ya con los medios para satisfacer sus necesidades más inmediatas. Al final, cuando todo vuelva a la normalidad, los dueños de los pequeños negocios, los hoteleros, los empleados de las tiendas y todos aquellos que hayan sido directamente afectados por la pandemia podrán reinsertarse en sus correspondientes sectores. Luego de sobrellevar exactamente la misma experiencia que los mexicanos —es decir, una adversidad temporal— saldrán adelante gracias a la asistencia del Estado. Aquí, desafortunadamente, no podemos contar con la momentaneidad del fenómeno para consolarnos. Si fuera meramente eso, una bomba atómica sería un tema menor. Pero, no. Cuando le abres la puerta a la destrucción, no hay plazo pequeño.