El cupo del estadio Azteca está perfectamente aquilatado y también las butacas del palacio de Bellas Artes son invariablemente las mismas. Se presentan en esos lugares espectáculos y conciertos que la gente tiene que pagar y por ello mismo los números que maneja la caja registradora deben ser exactos. La sacrosanta Plaza de la Constitución, por el contrario, tiene una muy extraña capacidad fluctuante. No es un espacio al que no se pueda entrar libremente, desde luego (aunque en ocasiones es simplemente inaccesible porque suelen celebrarse ahí solemnísimos rituales de muy dudoso pelaje republicano), pero la inexistencia de controles para el ingreso lo vuelve un punto citadino en el que la medición de los visitantes, por llamarlos de alguna manera, es asombrosamente cambiante: según la catadura de quienes pretenden escenificar ahí sus inclinaciones ciudadanas, el mentado Zócalo de la capital de Estados Unidos Mexicanos se llena con 90 mil personas o, llegado el caso, caben hasta 500 mil.
El gran acto de masas montado hace unos días por el oficialismo contó, justamente, con la asistencia de ese medio millón de almas mientras que en la manifestación acontecida el pasado 26 de febrero en la que los pobladores de la colosal urbe capitalina mostraron su apoyo al Instituto Nacional Electoral participaron menos de 100 mil personas, así fuere que la plaza estuviere absolutamente abarrotada. O, por lo menos, ésas son las cifras que cacarean los heraldos al servicio del régimen de la 4T.
Tan descomunales divergencias de apreciación llevarían a que el más comedido de los observadores externos comenzara a sospechar que esos tales emisarios distorsionan un tanto las cosas o, ya en un plan menos ponderado, a estimar, de plano, que son unos mentirosos.
Y sí, miren ustedes, es tan flagrante el sesgo de los presuntos cálculos que no hay manera de otorgarle la más mínima confiabilidad a quienes los propalan. Estaríamos hablando, más bien, de una descarada y aviesa manipulación de los números con el mero propósito de menospreciar a los mexicanos que no comulgan con el credo oficial, es decir, a todos aquellos que, en pleno ejercicio de las facultades que les garantiza la Carta Magna, han expresado públicamente su preocupación por la deriva antidemocrática que está sobrellevando este país.
Pero, eso sí, el Zócalo es la plaza más flexible de todo el planeta.