A la mayoría de las personas nos tiene sin cuidado que las organizaciones criminales comercien con drogas. Después de todo, quien se deleita en el consumo de una sustancia prohibida lo hace bajo su propia responsabilidad, así sea que llegado el momento necesite un muy severo tratamiento para desembarazarse de esa adicción. Está la circunstancia de que los traficantes induzcan al consumo a los jóvenes, desde luego, pero lo verdaderamente escalofriante, para todos nosotros, es que las mafias que se dedicaban nada más a ese negocio se hayan reconvertido, hoy día, en bandas dedicadas al secuestro y la extorsión.
En zonas enteras del territorio nacional los pobladores viven aterrados: deben pagar semanalmente agobiantes tributos por regentar un pequeño negocio, por comercializar sus cosechas, por distribuir productos o por lo que sea. Es la flagrante apropiación de la actividad económica y, en los hechos, lleva a la ruina a muchas comunidades porque la gente cierra simplemente sus negocios al no poder cuadrar las cifras de las ventas con los montos de tan abusiva y descomunal exacción.
Esas regiones de nuestro país son también los enclaves del horror: chicas de familia son raptadas por sicarios y jamás se vuelve a saber de ellas, jóvenes estudiantes son asesinados todos los días, en las calles aparecen cadáveres mutilados o de los puentes cuelgan cuerpos humanos exhibidos a manera de advertencia.
En el peor de los casos, el reclutamiento de los individuos que las organizaciones criminales necesitan para administrar la violencia y el miedo se realiza brutalmente, apresando a muchachos que no tienen nada que ver y los cuales, en repetidas ocasiones, aparecen muertos y con huellas de tortura por haberse resistido a ser parte de tan siniestro entramado. Pero la espeluznante descomposición social que estamos viviendo lleva a que miles de jóvenes mexicanos se enrolen voluntariamente en las filas de la delincuencia. Su pronóstico, a pesar de lo atractiva y tentadora que les pueda parecer una carrera criminal, no es demasiado alentador: unos diez años de vida, antes de ser matados o acabar en una cárcel.
¿El narco? Se fragmentó en centenares de bandas de sanguinarios asesinos, dedicados a avasallar a un país entero. ¿Hasta cuándo?