Hasta ahora, los más conspicuos candidatos para encabezar a la oposición en la magna contienda electoral de 2024 militan en… las filas del oficialismo. Aspiran a ser bendecidos por el dedo del supremo elector, desde luego, pero es ahí donde comienzan a dibujarse los problemas en el horizonte del aparato gubernativo: don Ricardo Monreal está prácticamente fuera de la contienda en su condición de oveja negra del rebaño morenista y pudiere, por ello, terminar por ofrecer sus servicios a la causa de la coalición PRI–PAN–PRD. No está cantado, sin embargo, que los aviesos conservadores estuvieren tan alegremente dispuestos a sacrificar a sus gallos de pelea —digamos, Enrique de la Madrid, Lilly Téllez, Claudia Ruiz Massieu, Alejandro Moreno y quienes puedan sumarse por ahí— para abrirle sus puertas al que menos favores está recibiendo en la muy anticipada contienda interna de Morena.
El verdadero dolor de la cabeza para el gran decididor de las cosas pudiere ser el otro concursante, a saber, Marcelo Ebrard. Ya se había sacrificado el hombre, luego de estar arriba en las encuestas del perredismo, al cederle graciosamente el puesto de primer seleccionado a López Obrador para disputarle el trono a Felipe Calderón en 2006. En toda lógica, tendría que poderle cobrar ahora el favor al beneficiario. Pero, miren, las cosas no son así en los retorcidos senderos de la política: en el horizonte se ha aparecido una fidelísima, incondicional y fervientísima Claudia Sheinbaum para garantizarle al actual primer mandatario de Estados Unidos Mexicanos una copia al carbón de la transformación que pretende estar implementando en la vida nacional. Ebrard ha besado sapos, ciertamente, y tragado muy amargos brebajes medicinales sin chistar. No ha dicho ni pío al serle exigida ejemplar obediencia para seguir el guion impuesto. Pero, qué caray, ya cuando se encuentre bien apoltronado en la silla presidencial no sabemos si le van a brotar a la superficie sus antiguas cualidades, a saber, un consustancial pragmatismo y una muy apreciable apuesta personal por la modernidad en oposición al oscuro primitivismo de sus circunstanciales correligionarios.
De tal manera, al altísimo responsable de designar a su directo sucesor no le resulta un personaje enteramente confiable y se dibuja, desde ya, su exclusión como competidor, más allá de que él se haya lanzado al ruedo para proponer encuestas, para organizar a legiones de seguidores y para intentar transparentar el proceso. Sabemos que no va por ahí el tema, que no es asunto de implementar estrategias para validar mediciones sino que todo va a resultar de lo que decida el jefe máximo y llegará entonces el momento en que Ebrard se va a encontrar como agente libre —hablando en términos futbolísticos—, o sea, a las órdenes de un equipo llamado Oposición.
Y, ahí...
Román Revueltas Retes