¿Hay alguna razón por la cual la jefa del Gobierno de Ciudad de México no se haya siquiera acercado, hasta ahora, a los alcaldes de oposición elegidos por los ciudadanos en las pasadas elecciones? Van a gobernar la capital de todos los mexicanos y uno supondría que esa tarea —la de concertar disposiciones, la de acordar políticas, la de atender las necesidades de los habitantes de la metrópoli y la de convenir acciones— requiere, pues sí, de una mínima colaboración, por no hablar de cumplir con las obligaciones y las responsabilidades inherentes al desempeño de un cargo público.
Pues no, miren ustedes, los futuros gobernantes de nueve alcaldías se van apenas a reunir con Claudia Sheinbaum y la condición para que tenga lugar ese encuentro es que no acudan todos juntos, tal y como lo solicitan, sino cada uno por separado.
Más allá de los forcejeos y los juegos de poder, los modos que exhiben los operadores al servicio de la 4T son muy inquietantes: al opositor —habitante, después de todo, de un espacio común llamado México— no le confieren la condición de un individuo con ideas diferentes, sino que lo rebajan por principio a la categoría de un enemigo con el que no se dialoga.
Uno de los más nefastos logros del actual régimen ha sido precisamente ése, el de llevar la discordia a tales extremos que vivimos, hoy día, en una nación dividida, enfrentada y con diferencias tan irreconciliables que tardarán tal vez generaciones enteras en sanar. El discurso deliberadamente pendenciero que escuchamos cada mañana en el palacio presidencial sirve sin duda para aderezar una campaña electoral (muy destemplada y áspera, hay que decirlo), pero ya no cabe a la hora de gobernar: la unidad nacional, propósito supremo de los grandes líderes, no se edifica a partir de la adhesión sectaria e incondicional a un proyecto sino que se plasma, paradójicamente, en la generosa tolerancia a la diversidad.
El pueblo sabio no solo elige a los cofrades de Morena y sus satélites, sino que, llegado el momento, decide soberanamente darle su voto a otros partidos políticos. Ésa, y no otra, es la realidad de la democracia. Repudiar al opositor, por lo tanto, es desconocer la voluntad de los electores. Millones de ellos. ¿De eso se trata? ¿De eso va la 4T?
Román Revueltas Retes