Política

Anaya no quiere ser Rosario

Pregúntenle ustedes a Rosario Robles cómo vive su cotidianidad en la cárcel. A diferencia de los individuos dotados del espíritu previsor que necesitamos los mexicanos para afrontar los embates de doña justicia, la mujer no se escabulló cuando los emisarios de la Fiscalía le enviaron una atenta invitación para comparecer en la primera audiencia de un proceso en su contra sino que, confiando en la probidad de los jueces y acogiéndose a las (supuestas) certezas que brindan las leyes de este país, se apareció en persona —o sea, en vivo y en directo, en tiempo real, en carne y hueso y de cuerpo presente— en la correspondiente agencia ministerial para aclarar el tema de su posible culpabilidad.

Pues, miren, resultó que un permiso de conducir falsificado por terceros y una interesada (y arbitraria e ilegal) reclasificación del catálogo de delitos merecedores de encarcelamiento puro y duro llevaron a que la antigua alcaldesa de la capital de Estados Unidos Mexicanos no volviera ya a disfrutar, a partir del mismísimo momento en que terminó su voluntaria y aquiescente comparecencia, de las bondades de la vida hogareña sino que fuera, como se dice, “privada de su libertad”.

Tal fue el desenlace, hasta nuevo aviso, de la historia legal de una distinguida personalidad, miembro (me resisto, con perdón, a las ridículas e imbéciles imposiciones que pretenden universalizar los sectarios militantes del “lenguaje inclusivo” —otra más de las arremetidas de los nuevos inquisidores para asfixiarnos a todos e instaurar un mundo de permanentes restricciones— y, en mi condición de escribidor a sueldo, me permito calificar a la señora Rosario de miembro, no “miembra”, de una cofradía, y me otorgo, a la vez, la facultad de no emplear, para situarla a ella en ese particular universo, el esclavizador palabro de “miembre”) de la clase política que exhibía sus fueros en el régimen del denostado Enrique Peña.

El tema viene a cuento precisamente por lo de Ricardo Anaya. Acusado de contravenciones que le asegurarían 30 años de estancia en una piojosa cárcel, el adversario directo del actual presidente de la República en las pasadas elecciones decidió no confiar en la justicia que se imparte en estos pagos y, debidamente aconsejado por sus abogados y oportunamente inspirado por su propio sentido común, decidió exiliarse, al igual que tantos y tantos de los perseguidos que pueblan las páginas de nuestra historia patria.

La experiencia de la prisión, cuando no resulta de una epopeya personal dirigida a consagrar los derechos supremos y las libertades merecidas por los ciudadanos de una nación sino de la tramposa e interesada ofensiva del poder gubernamental, no es otra cosa que la vivencia de una incomprensible adversidad. Rosario ya lo sabe. Los demás estań advertidos.


Román Revueltas Retes

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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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