Al parecer, no hemos todavía cobrado plena conciencia de lo gravísima que es la situación que estamos atravesando. El tema sanitario, así de amenazante como pueda ser, sigue siendo algo lejano para muchas personas y hay gente que reclama inclusive el extraño derecho a no usar tapabocas (el término es perfectamente válido, señoras y señores: basta con una fugaz consulta al diccionario de la Real Academia Española para comprobarlo y, de paso, para advertir que la otra palabra, cubrebocas, no figura en las definiciones del mentado glosario) invocando principios constitucionales que, con perdón, uno pensaría que merecen causas más elevadas si es que hubieren de servir de pretexto a la irresponsabilidad personal.
Pero lo verdaderamente escalofriante, en tanto que está afectando de manera directa los destinos y las vidas de millones de mexicanos, es el catastrófico derrumbe de la economía. A esos compatriotas no los puedes ya embrollar ni confundir con retóricas, discursos, promesas u otros datos. Se han quedado sin trabajo, o sea, no pueden pagar ya las colegiaturas de sus hijos, los alquileres de sus viviendas o los préstamos bancarios con los que habían podido adquirir algunos bienes. Y, en el caso de los más desfavorecidos, se encuentran en la pavorosa situación de no tener el mínimo necesario para comprar comida. Ésa, la de la angustia y la desesperación de millones y millones de compatriotas nuestros, es la realidad de México en estos momentos, aunque parezcamos singularmente anestesiados y que no resuenen en el ambiente apremiantes señales de alarma, entretenidos como estamos con el affaire Lozoya, los interrogatorios que puedan posiblemente afrontar los expresidentes, la rifa del avión y otros asuntos de incuestionable impacto mediático.
Al final del camino, cuando salgamos de este trance, México será un país todavía más empobrecido de lo que hayamos podido constatar y denunciar en los tiempos del satanizado neoliberalismo. La quiebra de miles de empresas, literalmente, no será nada más el fin –deseado por algunos desde siempre— de un modelo capitalista condenable sino, sobre todo, la liquidación del bienestar para una generación entera de mexicanos. Pero ¿dónde está el gran esfuerzo nacional para detener esta hecatombe?