El pasado lunes degustaba las delicias culinarias de los japoneses en un restaurante provisto, como tantos otros, de las pantallas que trasmiten los encuentros deportivos a los comensales aficionados. Era el día de la gran final del futbol femenil de la Liga MX pero, qué caray, en los televisores aparecían imágenes de un partido de futbol americano jugado por no sé qué equipos de la NFL.
El futbol americano no es lo mío, con perdón de los millones de seguidores que lo disfrutan en este país originariamente azteca (bueno, es un decir, porque no sólo lo poblaban los mexicas –digo, antes de que se aparecieran los perversos invasores ibéricos para corromper su virginal esencia primigenia— sino que lo habitaban otros pueblos: los purépechas, los totonacos, los texcocanos, los otomíes, los mixtecos, etcétera, etcétera, etcétera), porque cuando era yo comunista desarrollé un prejuicio casi incurable hacia un deporte descaradamente yanqui y, reconvertido con los años en un neoliberal militante no he podido, a pesar de todos los pesares, agarrarle gusto al tema.
En fin, la cuestión fue, justamente, que interesado sobre todo en el futbol de nosotros (bueno, tampoco, porque lo importamos de otras tierras, como la práctica totalidad de los deportes que practicamos, y espero que en el implacable revisionismo de los usos y costumbres que está emprendiendo el régimen de la 4T no vayan a arremeter los nuevos inquisidores –esos que ya transformaron el paisaje urbano de Ciudad de México al quitar de su sitio la estatua de Cristóbal Colón— en contra del futbol soccer, del baloncesto, del hockey sobre pasto o del voleibol para restaurar en exclusiva, y con imperiosa obligatoriedad para todos los estadounimexicanos, el juego de pelota de los mayas), le solicité cortés y solícitamente al mesero que cambiara de canal para mirar el encuentro de Tigres contra Rayadas.
Pues no, miren ustedes, me dijo que unos clientes le habían ya pedido que las pantallas televisaran el partido de la NFL. Sintiéndome en minoría y con la timidez que te brota cuando tus peticiones son impopulares, me resigné a no mirar en directo la mentada gran final, en abierto sacrificio, encima, del feminismo que pretendo cultivar. Pero no pude menos que reflexionar sobre la condición subsidiaria que sobrelleva el futbol femenil y lamentar, como aficionado, que las jugadoras no hayan cosechado todavía la atención que merecen como profesionales talentosas y entregadas.
Nos podría consolar, a quienes apoyamos el futbol de las mujeres, enterarnos que el Olympique Lyonnais Fémenin, en la preciosa ciudad francesa, cuenta con miles de fervientes seguidores. Es un equipo absolutamente portentoso (siete títulos de Champions femenina y 14 ligas francesas obtenidas consecutivamente, dos de ellas ganando… todos los partidos) y todavía tengo grabadas en la memoria las imágenes de un golazo anotado por Amandine Henry, a la altura del crack más portentoso que pueda jugar en el futbol mundial. Pues sí, pero…
Román Revueltas Retes