A la memoria de César Maytorena
excelente guitarrista, mejor amigo
Conocí a César Maytorena Gastelum en los noventa. Un virtuoso de la guitarra. Qué facilidad, qué seguridad al ejecutar los arpegios y las escalas de las obras más complejas del repertorio guitarrístico: La Chacona de Johann Sebastian Bach, las Piezas Venezolanas de Vicente Sojo, los valses venezolanos de Antonio Lauro.
César ganó el concurso nacional de guitarra en Paracho, Michoacán, en 1991. En la final se enfrentaron dos intérpretes del DF –Ricardo Palencia y Ricardo Carrillo-, y de Guadalajara Daniel Escoto y César Maytorena –Mayto era norteño, tapatío por adopción-.
Daniel Escoto tocó como un demonio el Preludio del Preludio, Fuga y Allegro de Bach, una sonata de Scarlatti –arreglo del Maestro Miguel Villaseñor García- y la Canción para el Quítate de la Acera de Leo Brouwer. Ricardo Carrillo la Fantasía Sevillana de Turina y el Elogio de la Danza de Brouwer. Ricardo Palencia la Fantasìa 7 de Dowland y el Preludio y Fuga de la mencionada obra de Bach. César Maytorena, la Chacona en ré menor, de Johann Sebastian Bach.
La lluvia sobre Paracho volvía más fría la tarde. Las luces se habían encendido sobre el escenario. El jurado decidió que el ganador fuera César Maytorena pero en un hecho inédito hizo regresar al escenario, para el desempate, a Daniel Escoto y Ricardo Palencia: “Toquen una obra que no hayan ejecutado con anterioridad”, determinó la voz solemne de uno de los jueces.
Palencia ejecutó el Allegro del Preludio, Fuga y Allegro de Bach –obra de técnica trascendental para la guitarra-, Daniel tocó el Capricho Árabe de Francisco Tárrega –que por cierto habían interpretado casi todos los ejecutantes en la fase eliminatoria-, pero con una belleza de sonido tal, que hoy en día guardo esa interpretación entre las cosas que mi memoria se niega a olvidar.
El jurado determinó: Ricardo Palencia, tercer lugar, Daniel Escoto, segundo lugar, César Maytorena, primer lugar.
Ya con el premio entre las manos, regresamos al hotel donde nos habíamos hospedado, El Señorial, ubicado al borde de la carretera, en las afueras de Paracho.
Celebramos en el sencillo restaurant del hotel–hoy mítico en la historia de mi vida-, en una mesa que compartimos ganadores y perdedores. Uno de los ricardos monopolizaba aquella reunión con anécdotas personales, triunfalistas. César me hizo entonces un comentario en secreto, cargado de humor negro: “Nunca se les quitará lo creído a los chilangos”.
Descansa en Paz, queridísimo amigo. Te extrañaremos.
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