Hay dos cosas, dos objetos, que valoro de manera especial en el mundo de la música. Los discos y los instrumentos musicales. De los libros, mi otra pasión, alterno los géneros literarios con temas de filosofía, psicología y arte.
Este preámbulo sirve para hablar de Ramón Macías Mora, mi amigo, investigador acucioso.
En su libro, Son de Madera, Ramón rescata el universo indígena de la guitarra.
Se trata de un libro envuelto en magia. Un libro que, perfectamente ideado, combina con asertividad la escritura y la imagen.
Uno disfruta las fotografías que él mismo tomó, como buen artista independiente, para mostrar las diversas guitarras que se gestan en las comunidades indígenas: La guitarra de golpe, el Kanari, el Ztirimchu. En un sentido, es un rescate que nos transporta a las regiones mágicas de nuestros sonidos originales.
Otra cosa que me impresiona de este libro -y que es algo que me ha impresionado siempre de la labor que lleva a cabo Ramón como investigador-, es la transcripción de las obras musicales a notación mensural. Los ritmos, las melodías, pueden ser reproducidas por alguien capaz de hacerlo. Y no son, de ninguna manera, tarea fácil para la interpretación.
Ramón Macías Mora es un hombre de acción que ha combinado sus dos pasiones, la música y la tauromaquia, para dar vida a un importante acervo de libros, que (dicho sin cortapisas), deberían recibir la atención adecuada de quien ocupe un lugar como ganador de la competencia del Grand Prix por la Secretaría de Cultura.
De alguna manera, la labor de mi amigo e investigador me recuerda la realizada por esos artistas independientes (cineastas, literatos, fotógrafos, pintores, escultores, bailarines), que a pesar de las condiciones austeras en los que se ven inmersos (dada la ausencia de políticas culturas efectivas), producen obras de gran valor artístico, valiéndose de su propia gestión.
