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Freude, schöner Götterfunken

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  • Rodrigo Ruy Arias

Grandes amistades se han dado a través de la historia de la música. El compositor alemán Johann Sebastian Bach (Eisenach, 1685-Leipzig, 1750), fue amigo y compadre de otro virtuoso del sonido: Georg Phillip Telemann (Magdeburgo, Alemania, 1681 – Hamburgo, Alemania, 1767).

De acuerdo con el historiador e investigador norteamericano Harold Schonberg, Telemann era el compositor de mayor impacto en el barroco tardío, superando incluso al mismo Bach.

Otro genio que entabló amistad con Johann Sebastian, fue el laudista y compositor Silvius Leopold Weiss (Wroclaw, Polonia, 1687-Dresde, Alemania, 1750). Un artista que compuso alrededor de 600 obras para este instrumento, antecesor de la guitarra.

Llama la atención que el lenguaje compositivo de Weiss sea extremadamente original. Verdadera proeza, si se tiene en cuenta que su amigo, Bach, ha sido el compositor de mayor influencia en la música occidental.

Otros dos amigos, pero del romanticismo, fueron Friedrich Chopin (Zelazowa, Wola, Polonia, 1810-París, 1849) y Franz Liszt (Raiding, Austria, 1811-Bayreuth, Alemania, 1886). El primero, se enfocó en la música privada, de salón, mientras el segundo hacía explotar su instrumento en las grandes salas del mundo.

Se dice que Chopin, le dijo un día a Liszt: “Yo nunca podría conquistar al público como tú lo haces, con todo ese virtuosismo. Mi música es más íntima, para un público más reducido”.

Falso. Las páginas de Chopin –y si no me crees escucha sus Estudios para piano-, son de una velocidad y una musicalidad sin par, ejecutable tanto en las pequeñas como las grandes salas de concierto.

La rica viuda Nadezhda von Meck, amiga por correspondencia del compositor ruso Piotr Ilitch Chaikovski (Vótkinsk, Rusia, 1840-San Petersburgo, Rusia, 1893), fungió como su socia y mecenas. La amistad a distancia (establecida por la viuda), formaba parte del contrato con el compositor ruso. Nunca se conocieron en persona.

Otra relación amistosa digna de mención –ya en el siglo XX-, es la de Igor Stravinsky (Oranienbaum, Rusia, 1882-Nueva York, 1971) y Maurice Ravel (Ciboure, Francia, 1875-París, 1937). Cuando Stravinsky estrenó su Consagración de la Primavera –un prodigio de innovación-, el público, incapaz de asimilar los experimentos musicales de Stravinsky (había músicos, hay que decirlo), abandonó la sala. Ravel se mantuvo hasta el final y le dirigió las siguientes palabras: “Has escrito la obra maestra de este siglo”.

Finalmente –y dando un salto mortal-, hay que recordar el vínculo amistoso entre John Lennon (Livepool, Inglaterra, 1940-Nueva York, 1980) y Paul McCartney (Liverpool, 1942), cuya música transformó los derroteros sonoros e ideológicos del mundo.

Celebremos la amistad, un incentivo para la creación.

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