“Un asunto menor”, dijo López Obrador respecto a las marejadas de sargazo que no cesan de llegar al Caribe mexicano desde 2014, pero que este año han rebasado todos los pronósticos, causando una baja en la cantidad de turistas que llegan a la Riviera Maya y señales de alerta desde la calificadora Moody’s. Por si el descontón no fuera lo suficientemente insensible, el Presidente remató develando sus verdaderas prioridades: las críticas y quejas por el abandono del gobierno federal ante la emergencia regional, expresadas por el gobernador, las cámaras de comercio, los pescadores y los activistas, “se han magnificado para cuestionar al nuevo gobierno”. Y, por supuesto, culpó al turno anterior: “Porque se preocupaban, pero no se ocupaban y había siempre actos de ineficiencia en la atención del problema, incluso de manera irresponsable hasta se declaraban emergencias, alertas, porque lo que buscaban era que se pudiese contratar sin licitar y hacer negocio con el problema. Ya eso se terminó”, dijo.
No estoy tan segura, pero lo que claramente no se ha terminado es el sargazo, aunque el señor Presidente tenga otros datos, datos que nunca aclara de dónde vienen, pero que saca mágicamente a relucir, sobre todo cuando su agenda se topa con la realidad. Y esa realidad, aunque sea limitándonos nomás al bello Yucatán, es muy contreras: la cancelación de las licitaciones necesarias para realizar adecuaciones en la estación de Cempoala, que permitirán enviar más gas natural a una península que sufre de apagones generalizados por falta de capacidad eléctrica ante, entre otras cosas, los 40 grados a la sombra que padece casi todo el año, condena a Yucatán a lo que el Centro Nacional de Control de Energía (Cenace) declaró la semana pasada como estado de emergencia operativo, apuntando que necesitan 2 mil 120 MW para abastecer a la región, pero que solo cuentan con 732, antes de que horas más tarde les avisaran de la existencia de otros datos y enviaran una fe de erratas diciendo que su primer oficio “no tenía ningún fundamento”.
AMLO dijo que no se apuraran, que ya le dijo a Bartlett que construyera una nueva planta de generación que, me imagino, va a estar lista más o menos al mismo tiempo que Santa Lucía, con la ventaja de que en Yucatán no hay cerros. Acto seguido, comenzó a hablar del Tren Maya y, al poco rato, Rogelio Jiménez Pons, director de Fonatur, añadió que no se apure nadie, que a partir de 2023 ese tren podrá transportar combustible en carrotanques a 100 o 120 kilómetros por hora, que así se abastecería la demanda completa de la península. Porque, claro, ¿qué puede salir mal cuando se pone a circular un tren cargado, cargado de combustible a toda velocidad en una ruta turística? Sobre todo cuando ese proyecto, sin siquiera estar definido del todo, ya lleva más de un 700 por ciento de incremento al presupuesto inicial, con lo que ya está viendo el gobierno federal de dónde le recorta 50 kilómetros de vías entre Valladolid y Cancún.
Pensándolo bien, quizá López Obrador tenga toda la razón: el sargazo, comparado con lo demás, es un asunto menor.
@robertayque