Ya supimos que la refinería de Dos Bocas, esa que para cumplirle al presidente el caprichito de que estuviera en Tabasco requirió que rellenaran humedales y desraizaran manglares, no va a refinar ni un carajo hasta dentro de varios años. López Obrador juró y perjuró que estaría lista en apenas 3 años y que costaría, sin excepción, 8 mil millones de dólares. Cuando tanto constructoras como expertos le dijeron que eso sería imposible, los descalificó, diciendo que lo haría él mismo, que como en su gobierno ya no había corrupción, se iba a poder eso y más.
Tres doritos después la refinería frecuentemente submarina ya va en más de 14 mil millones de verdes, aún no tiene una red funcional de gas natural y está a un par de años o más de refinar un solo barril, si es que algún día lo logra. Y eso no es lo único en una larga lista de logros trágicos: su trenecito ha dejado ya una irreparable red de cicatrices blancas entre la frágil verdura del Mayab, está a punto de destruir uno de los sistemas acuíferos más grandes, delicados y hermosos del planeta y tampoco tiene fecha de terminación. Como los falsos ecologistas al servicio de los conservadores están quéjese y quéjese, López pasó a cambiar por segunda o tercera vez el trazo, diciendo que la parte sensible para los cenotes, de poco menos de 100 kilómetros, iría sobre pilotes. Y que estaría lista en apenas un año, antes de su salida de Palacio y de la llegada de su corcholata regenta. Y todo eso sin estudio alguno de impacto ambiental; imagínense si lo tuviera.
Sus bancos y universidades del bienestar son una burla, y el Aeropuerto ocasionalmente Internacional Felipe Ángeles, que no tiene accesos rápidos ni servicios, ni a eso llega, porque nadie puede burlarse de haber tirado 300 mil millones de pesos a cambio de nada. Lo que López recibió como un agónico sistema de salud lo va a dejar como momia de Guanajuato; Sembrando Vida ha probado ser un incentivo seguro para la deforestación; nuestro reconocido cuerpo diplomático y nuestra histórica defensa del migrante, de la libertad y de los Derechos Humanos están en harapos, achicándose considerablemente nuestra estatura ante el mundo; el clima de inversión está como el de Londres en invierno y la inseguridad, siempre arraigada en algunas zonas del país, en el reinado de los abrazos se ha expandido en geografía y en crueldad sin que nadie haga el menor esfuerzo por pararla.
Pero no hay que ser injustos. Ayer recibimos la noticia de que López Obrador ha visto florecer un importante sector de nuestra economía agrícola, uno que produce casi de manera exclusiva para exportación, que se paga en dólares y que se cultiva en las zonas más remotas de la Sierra Madre, entre Sinaloa, Coahuila y Durango, empleando a los campesinos más pobres: las 24 mil hectáreas sembradas entre los veranos del 2019 y el 2020 con la flor de la amapola, esa que da la goma de opio, representaron un 12 por ciento más respecto al año anterior, en cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.
Para que no anden diciendo que el presidente no logra nada.
Roberta Garza
@robertayque