Es curioso ver cómo los gacetilleros de la T4 se contorsionan hoy afirmando que vivir bien no es delito (efectivamente, “vivir bien” no figura en el código penal, aunque ese no es el punto; el asunto es si los recursos para llevar una vida que puede ser buena o mala son de origen lícito o no: si vivo en una pocilga y esa pocilga me la robé, hay delito; si vivo en un palacio y lo obtuve en la rifa del avión, no hay delito); que no todos los ricos son perversos, conservadores, neoliberales y explotadores (no, porque a pesar de la cotidiana satanización desde el púlpito presidencial, la riqueza no es indicativo de vicio ni de virtud, igual que la pobreza); que las casas de a millón de dólares con alberca extra grande y con queso son de lo más común en Houston (no, no lo son, solo en los barrios claramente de clase alta); que la lana es de la esposa (¿será que la cuota moral del único par de zapatos se aplica según el calzador?) y que José Ramón no trabaja en el servicio público (ni en el privado, que se sepa; terminada la campaña dijo que no sabía a qué se iba a dedicar).
El problema aquí son dos, y el primero es de forma: el doble discurso, la flagrante hipocresía de la cacareada austeridad republicana siempre en los bueyes del compadre donde las veintitantas casas de Manuel Bartlett —que, por cierto, también estaban a nombre de su pareja— fueron exoneradas como fruto de su duro trabajo como añejo dinosaurio público, pero la boda de medio pelo de Santiago Nieto en Guatemala ameritó despido fulminante porque osaron servir champaña. O la glorificación de la pobreza como el estado moral ideal del pueblo bueno, y no como un fracaso de las políticas públicas. O el negarse a usar el avión presidencial “por lujoso”, pero gastar mucho más dinero del erario en mantenerlo parado.
El segundo asunto es de fondo: de las dos casonas donde vivió la familia López Adams, la de Conroe, poblado a poco más de una hora al norte de Houston donde radicaron desde 2019 hasta fines de 2020, le perteneció hasta octubre de 2020 a Keith Schilling, prominente ejecutivo de la empresa Baker Hughes, misma que tiene contratos vigentes con Pemex por más de 150 millones de dólares, el último de los cuales se firmó el 5 de agosto de 2019 en Villahermosa, Tabasco, por 85 millones de verdes.
Al parecer los talentos para el cabildeo de la joven señora Solano Adams le permiten ganar lo suficiente como para comprarse una casa de alrededor de un millón de dólares, además de costearse aviones privados, un Mercedes para el marido y ropa de diseñador a pasto. Al parecer es una perfecta coincidencia que el contratista petroquímico le haya, en el mejor de los casos, rentado su propiedad a la cabildera petroquímica; quizá se conocieron de manera fortuita, de pasada en alguna fiesta, y cerraron un trato que dejó transparente constancia en su contrato. Al parecer nada de esto amerita ser investigado en el gobierno que construyó su campaña en buena parte sobre el conflicto de interés de una Casa Blanca que en apenas dos años quedó en mero tirititito. Al parecer.
@robertayque