Celebro con todo mi corazón la despenalización del aborto en México, a pesar de que sus nudos éticos, jurídicos o sociales nunca me han permitido sentirme cómoda al pronunciarme al respecto; las malditas dudas me paralizan. No, un amasijo de células no tiene conciencia ni un sistema nervioso que le permita sentir nada; esas fotos de fetos que abren las manitas y la boca como en un grito que gustan mostrar los de provida, cuando son reales, jamás se dan en el marco de los abortos legales, sino justamente cuando no lo son y las mujeres deben buscar alternativas tardías y malas.
Por el otro lado, hay límites legales de edad para acciones como votar, conducir, tomar o casarse, pero ¿es ético ponérselos, en cuanto a las semanas de desarrollo embrionario, a la interrupción de un producto que no tiene ni tendrá voz ni voto? Y esto solo en cuanto al feto; de lo que enfrentan las mujeres que toman esa terrible decisión por violaciones, por no tener los medios emocionales o económicos para mantener a un bebé o por situaciones insostenibles de violencia doméstica, y no por la frivolidad o el egoísmo del que acusan con tanta mala leche como ignorancia los ayatolas de la moral, ni hablemos.
Lo poco que tengo claro es que quienes se asumen mediática, política y estridentemente como defensores de la vida no parecen albergar duda alguna y, por ende, con ellos el diálogo es imposible. No me refiero al ciudadano común que pondera esas y otras cuestiones en la soledad de sus noches de luna llena, sino a quienes se dedican profesionalmente a predicar a toda voz frases hechas de cursilerías, medias verdades y chantajes francos para obtener influencia, control y dinero. Para esos el aborto es un mero ariete discursivo, una justificación para ostentar una falsa superioridad moral y una excusa para atornillar la misoginia como medida de coerción familiar y social.
Porque si realmente les importaran esas mujeres y niños los tendríamos en las calles exigiendo una educación sexual universal basada en la ciencia. Los veríamos parados de pestañas ante la pederastia sistémica, institucionalmente encubierta e impune en el seno de las iglesias que ha destruido las vidas de cientos de miles de inocentes entregados a su cuidado espiritual. Los tendríamos reclamando igualdad de responsabilidades para la madre y el padre en la crianza, luchando por ausencias laborales pagadas al parir y por prestaciones que propicien la lactancia y que ofrezcan horas flexibles y guarderías para las nuevas madres.
Pero no. Porque lo suyo, lo suyo, no es proteger la vida de nadie, sino lucrar con la carroña polarizante que van sembrando desde púlpitos y pantallas, donde las mujeres y niños víctimas de su fundamentalismo son meros daños colaterales.
Roberta Garza
@robertayque