Seguramente muchos podrían escribir un obituario más preciso sobre José Antonio García Belaúnde, el ex canciller peruano fallecido hace unos días en Madrid a los 77 años. Pero yo, haciendo a un lado el desgano que produce la tristeza, lo hago movido por esa máxima borgiana que atribuye al vago azar o a las precisas leyes, el compartir parte del curso con un gran colega y amigo como este.
José Antonio, o Joselo para sus amigos, fue ante todo un gran diplomático de vocación y corazón. Se formó en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la Academia Diplomática y realizó posgrados en Oxford y en el Instituto Ortega y Gasset de Madrid. Desde muy joven su vida fue el servicio público: ingresó al cuerpo diplomático en 1965 y ya en 1988 era embajador de carrera.
Fue designado canciller en julio de 2006 y fue el único ministro de Relaciones Exteriores de su país que completó un periodo constitucional completo. Bajo su liderazgo, Perú firmó tratados de libre comercio esenciales: con Estados Unidos (vigente desde febrero de 2009), la Unión Europea, Canadá, China, Japón, Corea del Sur, Chile y otros, lo que colocó a su país en una red comercial global que hoy sustenta más del 80 por ciento de su comercio exterior.
Durante su gestión, Perú ocupó un escaño en el Consejo de Seguridad de la ONU y se organizaron con éxito las cumbres ALC‑UE y la de APEC de 2008. Pero su logro mayor fue tal vez el haber impulsado la demanda de delimitación marítima contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya en 2008, y concretar el acuerdo limítrofe con Ecuador en 2011.
Su mirada integradora se evidenció en la Alianza del Pacífico y en el compromiso con la transparencia militar en Unasur. También fue clave en la devolución de valiosas piezas de Machu Picchu de Yale al Perú en 2011. En reconocimiento a su trayectoria recibió la Medalla de Honor del Congreso, así como condecoraciones como la Gran Cruz de la Orden del Sol del Perú, la Isabel la Católica de España y la del Mérito Civil.
Tras retirarse en 2011, siguió sirviendo a su país: fue coagente en La Haya y embajador en Madrid. Más recientemente, en agosto de 2024, fue nombrado presidente de la Fundación EU‑LAC, comprometido siempre en fortalecer la cooperación entre Europa y América Latina.
Joselo fue ante todo un hombre justo, fiel a los principios de su linaje familiar: hijo del jurista Domingo García Rada, sobrino de dos presidentes y nieto de Víctor Andrés Belaúnde, ex presidente de la Asamblea General de la ONU. Pero más allá de su genealogía, su grandeza residía en su sencillez, en la pasión por el diálogo y en la lealtad a sus ideales progresistas. De esto pueden dar cuenta muchos de sus colegas en el servicio exterior del Perú. Ajenos a los caprichos de la política, algunos padecieron juicios presidenciales que afectaban sus carreras, pero García Belaúnde fue siempre oportuno en convencer, mediante la persuasión, del valor individual de las personas; decía que de ello derivaba no solo su ánimo y su empeño, sino el reconocimiento de su dignidad humana. Como Unamuno, sus alegatos los fincaba siempre en la razón y el derecho, ausentes por cierto cuando él fue cesado muchos años por la dictadura fujimorista.
Conservo de él el recuerdo de largas charlas en Madrid, donde su mirada clara sobre América Latina iluminaba la conversación. Fue generoso, amable y reflexivo hasta en los temas más arduos.
Corresponde a sus colegas acreditar su legado y su diplomacia inteligente. Para mí, su partida deja ese hueco difícil que producen los amigos ausentes, pero también el recuerdo de un gran servidor público de entraña humana.