
La cautela obligaría a que me apartara de este debate, pero la defensa a la libertad de expresión tracciona en sentido inverso. Si no me dedicara al periodismo quizá dejaría que la prudencia mandara; el problema surge cuando tal abdicación podría implicar dejar de hacer periodismo.
Opté por abordar los reproches que recibí esta semana con la mayor franqueza porque me parece relevante defender el derecho a criticar a una mujer que quiere ser presidenta de mi país sin que tal cosa sea considerada, en automático, un acto de misoginia.
Claudia Sheinbaum Pardo podría estar en la boleta de las elecciones presidenciales del año próximo. Es más, ella tiene posibilidades de convertirse en la jefa del Estado mexicano para el siguiente mandato presidencial. Ambas noticias son buenas porque dan significado y dignidad a un país que se merece el gobierno de una mujer.
Sin embargo, esa doble noticia no debería traducirse en silencio inopinado sobre su discurso, su actuación, su desempeño, sus defectos o sus virtudes. En otras palabras, no debería calificarse de misoginia todo argumento que pueda ser o parecer contrario a la oferta política que ella encarna.
El jueves pasado se publicó en estas páginas un texto con mi firma que despertó una polémica acalorada a propósito de esta cuestión. He leído con mi mejor conciencia los comentarios expuestos en las redes sociales y comparto aquí las reflexiones surgidas de esa conversación pública.
Luis Guillermo Hernández dijo de mi artículo que era “misógino, vergonzoso y nauseabundo”. Lo acompañaron en su apreciación otras voces como la de Carmen Pérez Mercado quien afirmó que mi voz era la de un país misógino. Alfredo Sánchez reclamó que con mi escritura hubiese sacado a pasear al macho que llevo dentro y Jossefina afirmó que había sido mi frágil hombría la que me llevó a escribir con el escroto.
No creo que mis opiniones hayan sido misóginas o machistas cuando consideré como injusto y también imprudente que Claudia Sheinbaum reclamara a Alfonso Durazo, presidente del Consejo Político Nacional de Morena, por la manifestación que la recibió al grito de “suelo parejo” cuando ella llegó a la sesión de ese órgano celebrada el domingo pasado.
Leticia Jiménez rebatió mi argumento afirmando que las mujeres no tienen por qué “enojarse bonito” ni tampoco por qué abstenerse de “incomodar”. Coincido con ella. El derecho a la ira justa es fundacional de nuestra época, sobre todo cuando se conjuga en femenino. Esta bandera, que está entre las más destacadas del feminismo de la cuarta ola ha cambiado los referentes del debate democrático.
Sin embargo, en el caso preciso del reclamo de Sheinbaum a Durazo estoy obligado a preguntarme si su enojo es equiparable a la ira justa que, por cierto, tanto dolor de cabeza le provocó a la ex jefa de Gobierno, cuando las activistas de la cuarta ola fueron calificadas por ella como “clasistas y racistas.”
Renata Turrent escribió en ese mismo hilo que el piso parejo no existe para las mujeres y, por tanto: “no podemos, dijo, (no) enojarnos cuando nos agreden”. Vuelta al mismo argumento, el derecho a la ira justa de las mujeres no está en tela de juicio, sobre todo en un país donde la violencia de género es abominablemente impune.
Pero hay un matiz que no debería pasar desapercibido. Que un grupo de manifestantes haya exigido a Claudia Sheinbaum piso parejo no es precisamente una agresión ni mucho menos un acto equiparable a la insoportable violencia que viven millones de mujeres en México.
El reclamo de suelo parejo es más bien una reacción al apoyo abundante en recursos económicos y políticos que, hasta hace un par de semanas, había recibido Claudia Sheinbaum por parte de la casi totalidad de gobernadores y gobernadoras pertenecientes a Morena. También al uso simbólico y material de los medios que la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México aportó a su candidatura presidencial.
Habrá quien defienda que ese apoyo fue una especie de acción afirmativa a favor de Sheinbaum, quien se encuentra en una contienda asimétrica donde el resto de sus adversarios son varones. Pero —me atrevo a considerar—, ella no tendría por qué enojarse contra quienes opinan desfavorablemente sobre esas manifestaciones políticas tan coincidentes con las cargadas que en otras épocas recibían los candidatos varones del oficialismo.
Stella Velasco juzgó también mi texto con duras palabras cuando publicó: “los machos merecemos respeto y las mujeres quedarse calladas”. Le pido una disculpa si mi escrito permite inferir tal cosa. No creo que Alfonso Durazo merezca más respeto que Claudia Sheinbaum, ni que ella debiera guardar silencio si creyó que el presidente del consejo de su partido fue el responsable de las porras de sus adversarios que exigieron piso parejo.
Sin embargo, habría preferido que, de valorar fundado su enojo, Sheinbaum hubiese enfrentado a los hombres que, según su convicción, convocaron directamente a los porristas y no a Durazo quien no tenía verdadera responsabilidad con lo ocurrido y que, además, es uno de los gobernadores que abiertamente habían respaldado su candidatura.
Me acusa Coni Delgado de ser un hombre que defiende hombres y María Fernanda Peinador de ser arbitrario en mis afirmaciones, ya que si el evento hubiese involucrado a dos hombres no lo habría juzgado con la misma severidad.
Difiero en una cosa principal con ambas afirmaciones. Creo que si mi crítica hubiese sido a un hombre que hipotéticamente hubiese reclamado a otro hombre porque lo recibieron exigiéndole suelo parejo, mi artículo habría pasado desapercibido, y sin embargo igual lo hubiera escrito.
No juzgué a Sheinbaum por ser mujer sino porque me pareció injusto su reclamo y todavía más la elección que hizo de la persona que recibió su regaño. Mi crítica no fue contra ella por ser mujer, sino por las consideraciones humanas que la llevaron a actuar como lo hizo.
Este episodio me ha ofrecido una gran lección. Si bien, asumo desde ahora que toda crítica a Claudia Sheinbaum podría ser desestimada como misógina y machista, no habré de dejar de realizarla si, una vez practicado un riguroso análisis de conciencia, cuenta con méritos éticos y periodísticos.
Me impongo por tanto la prohibición a guardar silencio o autocensurarme, aunque ello me implique ser acusado de patriarcal, porque de actuar presionado por esa descalificación terminaría ejerciendo una actitud condescendiente y machista que Claudia Sheinbaum no se merece.
Réplica:
El piso parejo no existe para las mujeres
Por Renata Turrent
Mi querido Ricardo Raphael mencionó un tuit mío en este texto y creo que no refleja mi argumento central. Respondí en un hilo y Ricardo me propuso convertirlo en este texto que leerán a continuación.
Gracias, querido Ricardo, por tu honestidad intelectual y tu compromiso con la libertad de expresión.
++++++
La semana pasada escribí esta carta para mi hija en la que trato de visibilizar la inexistencia de condiciones de equidad para las mujeres desde los primeros días de nuestras vidas. Parte del argumento es que estas condiciones estructurales afectan a todas, incluyendo a Claudia Sheinbaum o a cualquier mujer en política. Sobre el tema, Sabina Berman escribe un texto sobre el doble estándar al que se nos somete a las mujeres. Violeta Vázquez-Rojas hace un recuento de la campaña de misoginia contra la aspirante y argumenta como esto contribuye a que no haya piso parejo. Y Viridiana Ríos sobre la disparidad que enfrenta la aspirante. Es decir, quienes hemos escrito del tema estamos denunciando la ironía de que se le reclame piso parejo a la única mujer en esta contienda .
Durante este interesante debate, Ricardo Raphael hizo una crítica válida sobre el riesgo que se corre al acusar de misoginia toda crítica a Claudia Sheinbaum –o cualquier otra mujer en política–. Coincido. Permitir esto significaría contribuir a vaciar de contenido un concepto importante y útil para las feministas y, además, atentaría contra una de las herramientas que tenemos para ponernos de acuerdo: el debate.
Es importante mencionar que, si bien es cierto que existen ejemplos de excesos en las acusaciones de misoginia, también es verdad que la gran mayoría de las feministas que alzamos la voz sobre la inexistencia del piso parejo, nos oponemos a cancelar un debate serio sobre los proyectos de nación y sobre el proceso interno de morena bajo el pretexto de que «toda crítica a una mujer es machismo». Bienvenido el debate. Como podrán ver en las columnas que cito al inicio, ninguna de nosotras acusamos de misoginia cuando la crítica se centra en la gestión, el proyecto o las ideas de Claudia Sheinbaum, pero sí denunciamos que ella se está enfrentando a un problema estructural y condenamos los insultos machistas de los que está siendo objeto.
Dentro de esta discusión, además de lo ya mencionado, considero importante aclarar dos cosas que se suelen omitir en el debate de la reacción de Sheinbaum con Durazo y que, esta falta de contexto, contribuyen a reforzar el estereotipo sexista de la mujer histérica. Lo primero es que había un acuerdo entre las corcholatas de no llevar porra al Consejo Nacional para no calentar los ánimos previo a un evento que buscaba la unidad del movimiento. Este acuerdo fue roto por simpatizantes de Ebrard. Lo segundo es que no queda claro por qué le reclaman a Claudia Sheinbaum la supuesta falta de piso parejo y no, en todo caso, a la dirigencia del partido. Suponiendo sin conceder que los simpatizantes de Ebrard siguieran creyendo que, a pesar de haberse incorporado la mayoría de sus demandas, el piso fuera disparejo, demandárselo a ella es tan absurdo como si las feministas le reclamáramos directamente a Ebrard de la misoginia que vive Claudia Sheinbaum.
La misoginia y doble estándar
En el texto que recomiendo de Violeta Vázquez-Rojas hay un análisis profundo de varios cartones misóginos y una crítica a los comentarios de una politóloga en un programa de análisis en el que asegura que Claudia Sheinbaum “no muestra emociones, que probablemente eso sí le daría un perfil mucho más femenino”. Agrego algunos ejemplos más: los comentarios sistemáticos de Denise Dresser sobre como Sheinbaum se mimetiza con presidente, cosa que curiosamente no se le dice a Adán. Cientos de cartones y memes donde Claudia Sheinbaum es dibujada como un títere de AMLO o, peor aún, donde realiza actos sexuales a otros hombres, algunos difundidos incluso por personas que se dicen afines a la 4T.
Lo anterior aunado a la constante crítica a que "finge" la voz en los mítines. Me pregunto si pudieran decirnos ¿qué mujer en un mitin no le parece incómoda? Sospecho que ninguna. O qué decir cuando dicen que "no emociona", ¿no emociona a quién? ¿los demás contendientes emocionan bajo sus parámetros?
Decir que una mujer con trayectoria y carrera propia, que ganó de manera legal y legítima una elección, que cerró su gestión con una aprobación indiscutible y que tiene decenas de políticas públicas propias y algunas hasta distintas que las federales, es un títere de un hombre, es misoginia.
Nos puede o no gustar su gestión de la pandemia, que fue distinta a la de la Secretaría de Salud federal. Podemos debatir si conviene un programa de "Niños Talento" como el que implementó Ebrard como jede de gobierno porque apuesta a la meritocracia de los niños o si conviene una beca universal como la que implementó Sheinbaum. Se pueden debatir los 11 ejes de la Alerta de Género en la CDMX y cómo es que ésta ha contribuido a bajar el feminicidio en la ciudad. Se puede estar en desacuerdo con ella por no haber construido más segundos pisos como los últimos tres sexenios e invertir eso en transporte público. Por eso, insisto, decir que la maneja AMLO es misoginia.
A modo de cierre, quisiera invitar a que no nos salgamos del debate con la trampa argumentativa de que Claudia Sheinbaum –o quienes denunciamos la falta de piso parejo– somos blancas y privilegiadas. El sistema patriarcal oprime a todas las mujeres, no solo a algunas. Y que evitemos la falsa disyuntiva en la que pareciera que denunciar la misoginia que vive Claudia Sheinbaum anulara la misoginia que viven otras mujeres. De hecho, justamente ese es el punto: no importa si tienes posibilidades de ser la primera presidenta de México, al patriarcado le enfurecen las mujeres. Más cuando tienen poder.