La OEA no obtuvo el consenso propuesto por México para influir en que el gobierno venezolano retorne a la democracia y sobre todo al restablecimiento de la normalidad socioeconómica.
Nada justifica la pasividad ni la indiferencia ante los padecimientos del pueblo de Venezuela; y esa clase de situaciones evidencian la necesidad de la participación internacional.
También demuestran que las organizaciones y los Estados para actuar de manera eficaz y oportuna necesitan tener la legitimidad y la fuerza moral suficientes para ser escuchadas.
Lamentablemente, están en entre dicho la legitimidad de la OEA y la fuerza moral de los Estados Unidos y de México para intervenir en pro de la paz y la gobernabilidad equitativa de los pueblos.
La OEA fue creada el 30 de abril de 1948, como un foro donde a través del diálogo multilateral se alcance la integración de América y se fortalezcan la paz, la democracia y el desarrollo.
Pero siempre se ha pensado que la OEA es un instrumento de los EEUU para imponer su política colonialista en América Latina, lo que pone en duda su independencia, imparcialidad y buena fe.
EEUU no ha sido reconvenido por la escalada del narcotráfico, en la que participa con su elevado consumo, las ganancias que genera la comercialización de drogas en ese país y la venta indiscriminada de armas a los carteles.
México, por su parte, asolado por la criminalidad, la corrupción y la impunidad, está en riesgo de que se desplomen las instituciones y se agote la reserva mínima de credibilidad ciudadana que aún conserva.
Así, pues, la crisis venezolana demuestra que para ejercer un liderazgo internacional eficaz y benéfico es necesario que la OEA y los países que propongan soluciones tengan fuerza moral reconocida y aceptada.