El presidente López Obrador incluyó en su plan de gobierno la promulgación de una constitución moral, como parte de ese propósito se reeditó la Cartilla Moral de Alfonso Reyes y ha iniciado su distribución.
Esto ha provocado un alud de críticas. Unos consideran indebida la intervención del gobierno en la moral; otros que La Cartilla es anacrónica.
Sin embargo, en este caso, el gobierno coincide con el sentir popular: el tejido social está deteriorado y una de las causas es la pérdida de los valores éticos.
Por lo tanto, es urgente recomponer la cohesión y solidaridad mediante la aceptación y práctica de los valores que hacen posible la vida en comunidad.
La crisis moral no es privativa de México, por el contrario, es un mal general de nuestro tiempo. Por lo mismo, es preocupación de líderes religiosos y políticos, de filósofos y educadores.
Las voces principales convienen en plantear valores adecuados a este tiempo cuya validez sea aceptada por todos los hombres y los pueblos, con independencia de las creencias religiosas y doctrinas políticas.
Alfonso Reyes postula que los valores morales deben guiarnos a ser mejores y a pensar en el prójimo.
El filósofo Bertrand Russell escribió: “La vida buena, decimos, es una vida inspirada en el amor y guiada por el conocimiento”.
El papa Francisco pide por la fraternidad en el mundo, sobre todo entre personas diferentes por sus ideas, religión, etnia y cultura.
El Dalai Lama aconseja cultivar una ética que trascienda las religiones y los usos sociales y tener la mente abierta.
Claro que La Cartilla Moral no es la solución para la renovación de los valores; pero, indudablemente, es una proposición positiva para poner en el debate nacional la necesidad del perfeccionamiento individual como remedio de la degradación social.