Hay una corriente de polarización internacional y al interior de los países, fomentada por motivos raciales, ideológicos o religiosos; así como por gobernantes con carismas negativos que influyen, manipulan y controlan a sus poblaciones con finalidades perversas.
La polarización entendida como la orientación de algo hacia dos direcciones contrapuestas, al interior de los países divide a los ciudadanos y los enfrenta entre sí, por ejemplo: liberales contra conservadores.
Al exterior exalta el nacionalismo racial y supremacista que se empeña en someter a otros países.
La polarización puede culminar en el fanatismo, esto es, en la doctrina que adopta un movimiento social o todo un Estado atribuyéndose la convicción de ser el único poseedor de la verdad; arrogancia que los hace intolerables e incapaces de ver las cosas desde distintos ángulos.
El jacobinismo es uno de los fanatismos históricos.
Surgió durante la Revolución Francesa, y con la pretendida justificación de terminar de raíz con la monarquía y consolidar la democracia impuso el Reinado del Terror, asesinando a miles
Ahora que grupos con inclinaciones dictatoriales asumen el poder público a través de elecciones democráticas, el jacobinismo debe servir como enseñanza para advertir y prevenir el surgimiento o desarrollo de gobernantes fanatizados.
Para esto es útil reflexionar en lo dicho por José Enrique Rodó: “El jacobinismo no es solamente la designación de un partido que imprimió su carácter histórico de demagogia y violencia.
El espíritu del jacobino es el absolutismo dogmático con todas sus irradiaciones para la teoría y la conducta.
Lo que implica, forzosamente, la intolerancia inepta para comprender otra disposición del espíritu.”
De frente a la realidad del terrorismo, las dictaduras y las guerras inflamada por artificiales aspiraciones justicieras, deberíamos regenerar el ideal de construir países pacíficos, justos, igualitarios y libres de imposiciones, discriminaciones y fanatismos.