La raíz hebrea de la palabra peste es destructor; en ese sentido la guerra es la plaga más devastadora de la humanidad.
Nunca ha habido paz mundial: siempre ha habido una guerra y siempre son más los muertos civiles que los combatientes.
Todos los esfuerzos para prevenir o humanizar la guerra han fracasado; lo prueban, dolorosamente, la invasión de Rusia a Ucrania y el bombardeo de Israel a la Franja de Gaza.
Aún, así, los Estados pacifistas no deben de cejar en su empeño de establecer los medios jurídicos y materiales para evitar las guerras o, al menos, para humanizarlas.
Para ahondar en ese propósito es útil conocer los rasgos generales de la doctrina jurídica sobre la guerra justa; al respecto el maestro Modesto Seara Vázquez escribe:
“La guerra es una lucha armada entre Estados, su finalidad es que uno imponga su voluntad sobre los otros.
En la antigüedad se caracterizó por la ausencia de reglas que limitaran los excesos.
Los teólogos juristas Vitoria y Suárez postularon las condiciones subjetivas y objetivas para que una guerra sea justa:
Las subjetivas son: La declaración de guerra por autoridad competente; la justa causa; y la certeza moral de la victoria.
Las objetivas son: Última ratio, esto es, el agotamiento de los medios pacíficos; el recto modo; y la finalidad de alcanzar una paz justa”.
Por otra parte, los teóricos consideran como una causa justa la legítima defensa que ocurra en respuesta a un ataque grave; y que la defensa sea proporcional al daño sufrido.
La evidente violación a las reglas de la guerra justa en la Franja de Gaza, evidencia la necesidad de revisar el derecho de veto que tienen las potencias en la ONU, porque eso le impide actuar efectivamente por la paz.