A los amagos de Donald Trump de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas, y a sus exigencias para frenar el tráfico de fentanilo y la emigración ilegal, nuestro gobierno, públicamente, ha respondido que EUA debe respetar la soberanía nacional.
Eso hace pensar en la gran resistencia que hay para aceptar abiertamente que la vecindad y la disparidad económica condicionan nuestras relaciones con EUA.
Esta falta de aceptación impide que se diseñe y practique una política exterior que, sirviéndose de las debilidades propias, aproveche las fortalezas del país vecino para remediar nuestras ingentes dificultades de inseguridad y economía.
Sirva de ejemplo el jujutsu, arte marcial japonés que en el combate cuerpo a cuerpo utiliza la energía y el movimiento del contrincante, en vez de oponerse directamente a su fuerza; y desarrolla la habilidad de utilizar las propias debilidades y limitaciones para luchar con éxito.
Es probable que la filosofía de ese arte marcial, haya inspirado las negociaciones del primer Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); que hasta la fecha ha fomentado la incorporación de México en la cadena productiva y comercial de EUA.
Es innegable que el TLCAN, ahora T-MEC, ha sido el factor determinante para la generación de empleos, el fortalecimiento económico y el desarrollo tecnológico e industrial de nuestro país.
Es cierto que EUA es en gran parte el culpable de la drogadicción, que sus habitantes son los mayores consumidores; y, paradójicamente, se beneficia con la venta de armas a traficantes y gobiernos; pero insistir en esos señalamientos no va a cambiar la actitud de Trump ni a remediar nuestra situación.
La realidad y la prudencia deberían inclinar a nuestro gobierno a proponer tratados de colaboración en las materias de seguridad y migración legal que beneficien a ambos países.