La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a una reunión en donde estuvo presente Cassie Kozyrkov. Como chief decisión scientist en Google —la primera persona en ocupar ese puesto— Cassie fue directamente responsable de liderar la transformación de esa empresa para convertirse en una organización AI-first: o sea, que la prioridad de desarrollo sea siempre la inteligencia artificial.
Sobra decir que Cassie es una auténtica experta en inteligencia artificial y sus aplicaciones.
Lo que más me sorprendió de la conversación que tuvo con los invitados en esa reunión fue la manera en que simplificó la explicación acerca de este tipo de tecnología. Lo que hace que la inteligencia artificial sea realmente revolucionaria, comentó, no es su capacidad de automatización o procesamiento, sino el hecho de que los seres humanos no tenemos que aprender un lenguaje distinto para pedirle cualquier cosa.
Usó un ejemplo buenísimo: en Silicon Valley, a los expertos les gusta reflexionar acerca de la tecnología como si fuera el genio en la historia de La Lámpara de Aladino. Esto es, que el énfasis suele estar en el genio y en los deseos que es capaz de cumplir. Sin embargo, la parte más importante en esa historia es quién es la persona que pide los deseos (y cómo lo hace).
Cassie insiste que, más allá de lo que la tecnología podrá hacer, el verdadero reto en el mundo de la inteligencia artificial es la capacidad que tengamos como seres humanos de tener ideas claras y poderlas expresar.
Me encantó que aun cuando los asistentes le hacían preguntas o comentarios usando términos técnicos, ella respondía con el lenguaje más humano posible. Cero tecnicismos. Su mensaje siempre regresaba a una misma idea: es tema de tener claridad mental y saber comunicarte.
Y es que estamos viviendo un momento en el que el potencial de la inteligencia artificial se está confundiendo con su realidad inmediata. De que tiene potencial para transformar industrias, empresas y comunidades, no tengo duda. De que eso está ya sucediendo o sucederá en el corto plazo… pues no, no creo.
Yo soy una de esas personas que usan ChatGPT todos los días. En mi empresa utilizamos también algunas otras plataformas similares, para propósitos diferentes. Se han convertido en herramientas muy valiosas, de uso cotidiano. Pero seamos realistas: lo que hoy nos permiten es simplificar algunas funciones, hacer otras más rápidamente, y mejorar en otras.
Son aportaciones de valor, sí, pero no son transformacionales ni son tampoco perfectas. La misma Cassie repetía y repetía que una de las cosas más interesantes de la IA es que permite intentar cosas distintas, a un costo muy bajo, pero a la vez reconociendo que mucho de lo que esta tecnología arroja está equivocado. A veces será culpa de no poder expresar bien lo que queremos y a veces será porque la tecnología se equivoca —algo que es extraño para quienes crecimos utilizando herramientas precisas (tipo Excel).
Me sirvió mucho escuchar a una persona así. Sus credenciales son extraordinarias: es alguien que entiende a fondo cómo funciona la tecnología y que ha estado involucrada “en el mero mole”. Sus ideas y opinión no vienen de haber leído sobre el tema, sino de ser protagonista en ese mundo. Y en un contexto de histeria acerca del potencial de la inteligencia artificial, lleno de leyendas, el mensaje de Cassie es de lo más humano —y ‘sereno’. El potencial es increíble, sí, pero primero aprendamos bien a comunicarnos.