Política

Segunda dosis

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En la escuela Benito Juárez, en la calle de Jalapa, me inyectaron la segunda dosis de AstraZeneca. Bien organizado, mejor puesto, buenos médicos y médicas. Recordé lo que me dijo un amigo: no prodigues elogios, es lo menos que deben hacer. Es verdad.

Me ocurrió algo extraño. No me sentí alegre ni mucho menos optimista; al contrario, la melancolía me tomó por la espalda y caminé más bien triste por la calle de Tlaxcala. La pandemia ha sido costosísima en el mundo y en México su administración ha sido vergonzosa y no pocas veces criminal. Si atendemos a lo números de los especialistas de Washington, de la UNAM, a investigadores que le han dado seguimiento, nuestros muertos podrían llegar a 600 mil.

Ciertamente la pandemia no la puso el gobierno, pero si la mal atendió desde el principio. La subestimó, primero; la desconoció, después; y, luego, la sepultó en mentiras.

Así hemos llegado a la vacunación, aún en porcentajes muy bajos, y a un raro optimismo, como si todo hubiera pasado. No ha pasado nada y si me permiten el pesimismo, viene lo peor: mirar atrás y ver la destrucción. El daño de la salud mental no será el menor de los desastres. En estas cavilaciones me perdía mientras caminaba por la calle de Jalapa. Una larga fila de hombres y mujeres regresaban de la incertidumbre, de la amenaza del contagio, de la enfermedad, de la muerte.

Desde luego le dediqué un minuto a un querido amigo que perdí entre los primeros muertos de la pandemia, a la vida que pasamos juntos, a nuestros sueños de niños de la secundaria número 32. Una familia destruida, como todas las otras miles de esperanzas en añicos. No echemos las campanas al vuelo. No hay campanas.

No sé si habrá responsabilidades jurídicas, pero estoy seguro de que históricas y morales las habrá, sin duda. ¿Cuántas muertes pudieron evitarse? ¿Cuántos trabajadores de la salud habrían salvado la vida con los insumos correspondientes? ¿Cuántas vidas vale una vida?

Me niego a normalizar la tragedia, la muerte a puños y a actualizar el número de desgracias día a día. Catástrofes enormes tienen siempre responsables. Por lo pronto, deberíamos entender que estamos de luto. Uno de los caminos de México lleva hoy a la enfermedad, a la soledad de la agonía, al cementerio y las cenizas.


Rafael Pérez Gay

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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