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Escuela

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He oído y leído tantos dislates de los funcionarios de la SEP sobre la educación en México que tuve que recordar mis años escolares. Hice mis párvulos en escuela pública, la José Mariano Fernández de Lara, un modesto liberal juarista. No exagero si digo que en esa escuela aprendí todo lo que sé, aunque sea poco. Sonia en primero, Eustolia, Delfina y Lázaro en segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto, ellos fueron mis maestros. Defiendo la educación pública aun cuando esa construcción se caiga a pedazos, hay que reconstruirla y no terminar de destruirla.

Si digo que aprendí todo en esas aulas públicas no exagero. Hablo de los años sesentas. Los lunes laicismo juarista, todos de blanco, cantos a la bandera. Ahora me doy cuenta que tuvo un sentido. La familia de Hernández era casi rica, había logrado un puesto de pescado en un mercado de la colonia Juárez; la familia de Miguel Ángel se ocupaba de cuidar un edificio de la calle de Florencia, eran los porteros; la mamá de Aurora, mi primera novia, trabajaba en una oficina pública; Patricia Caballero Tagle, único nombre que recuerdo completo, vivía, según mi incompleta memoria, en la calle de Praga, con su abuela, en un departamento muy bien puesto, ella era inteligente como nadie; mi familia se desmoronaba entonces y ellos fueron mi estructura, una parte de ella, en el caso de que la tenga.

La pasamos muy bien en esa escuela pública, aprendimos principios serios de geografía, aritmética, ciencias naturales, lengua nacional. Alguien sin dinero no habría aprendido tanto sin una escuela pública. ¿Y Constanza? Así se llamaba y vivía en la calle de Puebla. Y al que se pasara de listo le caía negra: cargar mochilas de pie al frente del salón, una mañana en la dirección y expulsión preventiva.

Lázaro nos enseñó además que el futbol era mucho más que un juego. Nos llevaba a la puerta 6 de la deportiva. Formé parte de la alineación del Tulyehualco, defensa centro más bien torpe, pero fuerte y eso le gustaba a Lázaro que me ponía una y otra vez en el cuadro titular. Nadie se roba unos zapatos ajenos, ni una mochila, nada de faltas pinches: aquí lo que vale es el juego, armar el juego, decía Lázaro.

Desde luego, con los años supe que Lázaro estaba equivocado, pero no olvidé sus lecciones: no robo zapatos de fut ni mochilas con arreos.

Rafael Pérez Gay

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@RPerezGay


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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