El Plaza siempre fue para mí un edificio fantasma, un sueño incumplido. Durante muchos años viví en una calle de una sola cuadra: Cadereyta, en la parte trasera de esa enorme sombra olvidada en la colonia Condesa. Ubicado en un triángulo histórico, las calles de Nuevo Léon, Tamaulipas y Juan Escutia, el Plaza pasaba sus días a oscuras y surtía a los niños que fuimos de historias negras. No me espantaban los fantasmas sino las ratas, dueñas definitivas de aquel enorme buque encallado en nuestra vida infantil.
Mi madre me contaba que ese terreno era el espacio de las caballerizas a donde la llevaban los mozos para recoger a su caballo y pasearla por los parajes de lo que había dejado de ser una hacienda, la Hacienda de la Condesa. Luego supe que la memoria de mi madre no fallaba, en ese predio estaban las caballerizas Anzaldo.
En el año de 1934, dos emprendedores, Ceballos y Castro, soñaron un gran edificio de oficinas, departamentos y un cine, pero como suele pasar con los sueños, ellos estaban muy lejos de la realidad.
Mis padres se casaron en la iglesia de la Coronación en 1942. Esa iglesia le dio la cara muchos años al Plaza, a un paso del Parque España. En una casa de ese parque mis papás vivieron sus años más felices. Mientras tanto, en 1946, el arquitecto Serrano, el hombre que le dio a la colonia su carácter art déco, inició en colaboración con Fernando Pineda aquel edificio. Las adversidades impidieron que los arquitectos llegaran a ver su sueño cumplido.
Después de muchos pleitos, la obra se interrumpió definitivamente en el año de 1959. El edificio se convirtió en un fantasma que deambulaba por la ciudad y regresaba por las noches a su lugar de origen.
Diecisiete años después, mis padres habían perdido una fortuna, el Plaza despertaba y nosotros, mi familia, habitábamos un pequeño departamento en la calle de Cadereyta. No me equivoco si digo que de ahí vengo, cualquier cosa que esto quiera decir.
Un gran cine, el Plaza. Fui mil veces. Los sueños abren y cierran su teatro como les da la gana; el cine bajó la cortina. Reabrió en 1992 con nuevas salas y luego se convirtió en un gran auditorio de conciertos, bares y noches sin fin.
El terremoto del año 2017 acabó con el Plaza. Los trabajadores han empezado a derruirlo. Me pregunto qué parte de mí se va entre los derribos.