Desde hace algunas semanas he escrito algunos apuntes sobre asuntos urgentes de la cultura y la política cultural de nuestros días. Se trata sólo de eso, de breves apuntes con un denominador común: la cultura en llamas.
A los presidentes priistas y panistas los ponía nerviosos la cultura, un poco por incultos, otro poco por respeto a lo desconocido y al prestigio que les imponían los creadores. Por estas escuetas razones permitieron el ejercicio de programas culturales, unos mejores que otros. Los de Sari Bermúdez, pésimos; los de Consuelo Sáizar, muy buenos; los de Tovar, institucionales y diversos. Por si fuera necesario, aclaro que nunca tuve la Beca de Creadores, lo cual no me hace ni mejor ni peor que mis amigos y colegas que la han obtenido.
El presidente López Obrador dice que sabe de historia, no lo sé, pero nunca le he escuchado un comentario de algún escritor porque seguramente no ha leído ni novelas, ni cuentos y mucho menos poesía (tal vez Pellicer) cosa que a mí me tiene sin cuidado, ya lo conozco.
Lo alarmante es que le entregó la Secretaría de Cultura a una funcionaria inepta, Alejandra Frausto, y a un comisario comunista, Paco Ignacio Taibo II, y les redujo el presupuesto hasta dejar a la secretaría en los huesos.
Por lo que toca al mundo de los libros, zona en la cual he trabajado desde hace cuarenta y cinco años, me acompaño de nuevo de Gerardo Jaramillo, a quien ya he citado en este espacio. La masa lectora (perdón por la figura) no aumenta desde hace tiempo, las librerías y los editores son cada vez menos, no hay profesionalización en los editores y libreros medianos y pequeños. En un mundo que avanza rumbo a la inteligencia artificial hay un impresionante retraso en la conversión de catálogos a formatos digitales para explorar libros electrónicos, audiolibros e impresión bajo demanda.
¿Un Estado cultural puede y debe intervenir en estos asuntos? Desde luego, pero este gobierno cultural nos lleva a la edad de las cavernas. ¿Se deben regalar libros? Sí, siempre y cuando se creen pequeñas bibliotecas en esas rancherías donde se regalan folletos; ¿el Fondo de Cultura Económica debe transformarse en una empresa asistencial? No. Las autoridades podrían crear una empresa dedicada a esa asistencia y no a lastimar a la gran casa editora mexicana cuyo acervo es patrimonio nacional.
La regresión de la política cultural ha pasado ya por las demoliciones de la cuatroté.