Siempre estuve cerca de las apuestas y del juego. Mi padre, gran vago profesional, me llevó muy temprano al hipódromo de Las Américas y al Frontón. Me enseñó a estudiar el cuaderno de los caballos y a apostar rojos o azules. Creo que fue en el frontón donde tomé mi primer trago de alcohol, un brandy con cocacola. Mi papá se las sabía de todas, todas, pero yo no aprendí bien. Si el caballo traía peso, o más bien corría en fango, o había perdido sus últimas tres carreras. Si el pelotari ganó sus últimos juegos. La pelota como un rayo me hipnotizaba. Pero no aprendí. En cambio el edificio me parecía majestuoso. Luego supe que fue diseñado por Kunhardt y Capilla.
Mi padre no era un ludópata, pero jugaba bien, sin desesperación y con entusiasmo. ¿Cuál te gusta?, me preguntaba. El 10, decía yo, me refería a un caballo; o los rojos, pelotaris, fuertes, capaces de reventar una pelota contra los muros del frontón. La tercia de ases de mi padre: futbol, toros y frontón. No había depresión del domingo. Eso era vida.
Las cartas siempre me aburrieron. El pókar me mataba de sueño. Me acordé de todo esto porque conseguí al final Póker. Crónica de un gran juego del poeta inglés Al Alvarez. En 1981 Alvarez viajó al desierto de Mojave, al sur de los Estados Unidos para escribir una serie de crónicas para la revista The New Yorker sobre la Serie Mundial de Póker. Alvarez fue un jugador empedernido que frecuentaba los garitos londinenses, pero nada tenía que ver aquello con lo que se encontraría en el casino Horseshoe.
Escribe Alvarez: “En 1980, alguien llegó del desierto con dos maletas, una vacía y la otra con 777 mil dólares en billetes de cien. La llevó a la caja en la parte de atrás del casino y cambió los ordenados fajos de dinero por fichas; luego, escoltado por guardias de seguridad, llevó sus ficheros a una mesa de dados, apostó todo a una sola tirada, ganó, regresó a la caja con su doble carga de fichas, llenó las dos maletas con el dinero y se fue. Su único comentario fue: ‘Pensé que la inflación se iba a comer este dinero de alguna manera, así que más valía duplicarlo o perderlo todo’. Nunca regresó”.
Mientras leía esa trama del póker, he pensado que aprendí muchas cosas de la vida en esos cuatro espacios: el futbol, los toros, el frontón y el hipódromo.